ma i cobres labrados, i de allí traeríamos algunos ganados, peletería, oro de Facha i plata de Famatinas. Hai de aquí a San Juan ochenta a noventa leguas de buen camino; i para comunicarnos con estos vecinos tenemos que andar mas de trescientas, porque el gobierno central, interesado en que los efectos pasasen por las capitales de Santiago i Mendoza, jamas quiso conceder el permiso. Eso no es tratar a los pueblos como neutrales sino como enemigos. La falta de edificios públicos, de escuelas i de toda protección en las villas ¡ciudades, manifiesta que el Gobierno no se acuerda de ellas sino para imponerles contribuciones. En el sistema central, los aduladores de la Corte no mas tienen colocacion en los empleos, i a éstos se les da como de obsequio el mando de una provincia, que comunmente sacrifican a su ambición. La Asamblea solo quiere que los pueblos recuerden los agravios, los ultrajes que han recibido de los gobernadores. Observen, por otra parte, la tranquilidad, el buen órden i el contento de estos habitantes en un año que nos hemos rejido por el sistema federal, aunque no en toda su estension, i quizas ni en la mitad.
De la federación solo tenemos dos ejemplares: Norte América i Méjico. Por lo que respecta al primero, si no se cree al autor de nuestro epígrafe, véase la historia, léanse los periódicos. Baste decir que la provincia de Nueva York fué el teatro de la guerra; dos veces la invadieron los ingleses, una por el Canadá i otra por su propio puerto; gran parte de la capital fué quemada por mano del enemigo; un costado de esta provincia era frontera de los indios, que continuamente hacian escursiones; se vió Nueva York en el mas alto grado de devastación; sin fábricas i casi sin comercio; sus terrenos son buenos, pero no tan fértiles como los de Concepción; en el año de 1783 solo tenia doscientos cincuenta mil habitantes, i el de 1820 ascendió su recenso a un millón trescientas mil almas. Hoi produce Nueva York sola, a la caja de los Estados Unidos, mas que todas las otras provincias juntas, inclusas todas aquellas que nada sufrieron en la guerra. Si algún pueblo de Chile se ve en igual miseria, adopte el mismo sistema, i progresará como Nueva York.
Por parte de Méjico, tenemos un excelente documento, cual es el mensaje del Presidente Guadalupe Victoria, pronunciado en la apertura de las sesiones del Congreso en i.° de Enero del presente año. Este papel, cuya lectura convida a federarse, destruye todas las objeciones que se hacen a la planteacion del sistema federal en Sud América. Se nos dice que los norte americanos eran ya bastante libres ántes de la revolución, i que no hicieron mas que rectificar la forma de gobierno que tenian; que, por el contrario, los chilenos, saliendo de la mas abatida esclavitud, no pueden entrar de golpe en el máximun de la libertad sin esponerse a que su gobierno dejenere en anarquía. Estos mismos argumentos se hicieron en Méjico al tiempo de constituirse; i en contestación copiaremos el penúltimo capítulo del mensaje mejicano:
"Mas, un consuelo sin límites, dice el Presidente, nos fija nuevamente en el desarrollo del jérmen de nuestras libertades que, formando por instantes un árbol fecundo i lozano, estiende los elementos de vida en el cuerpo federativo; un año há que lamentaban nuestra suerte los que nos inferían tamaño agravio de suponernos incapaces de ser rejidos por el mas sublime de los sistemas conocidos. El Código de la Nación se reputaba una teoría vana en sí misma i que el desengaño vendria a ser su últimd resultado. Creíase que nuestros lejisladores, destituidos de previsión o arrebatados, si se quiere, de un torrente de ideas peligrosas, envolvían a los pueblos en los desastres de la anarquía cuando les llamaban a la perfección social. Los mejicanos, connaturalizados con lo grande, lo bueno i lo perfecto, burlaron estos vaticinios de la ignorancia, tal vez de mala fe. El contento universal, la adhesión a las leyes, el respeto a las máximas conservadoras de nuestra existencia política, todo, todo viene al apoyo de la sabiduría i del profundo cálculo de los lejisladores mejicanos.
Se alega la desigualdad de las provincias como un accidente fatal para la federación. En Norte América estaban algunas en razón de siete a uno respecto de otras; i por eso sus ▼constituciones particulares no fueron idénticas. Había territorios tan despoblados i tan pobres que no pudieron entrar a la unión como estados soberanos, i quedaron en clase de gobiernos particulares bajo la inmediata inspección del Presidente. Otros se denominaron puramente cantones. Otros poseían la multitud de esclavos de que no han podido desprenderse hasta el presente. La ilustración no era tan jeneral que algunos estados no fuesen entonces comparables con los mas atrasados de los nuestros en el dia. Cincuenta años, de los cuales dieziseis han sido de rigorosa escuela, por torpes que seamos, deben darnos algunos conocimientos en política; mucho mas, cuando los norte americanos tuvieron que inventar, i nosotros no haremos mas que copiar. No es gracia que un niño aprenda a escribir, i la combinación del alfabeto se tiene por la obra jefe de entendimiento humano. La capital de Méjico no tiene comparación con las demás ciudades de la República, i sin embargo, subsiste perfectamente la federación. Si ahora somos discípulos, la práctica nos hará maestros. De las lejislaturas particulares saldrán hombres para el ▼Congreso Nacional, i gobernando nuestra provincia aprenderemos a gobernar el Estado.
Digan lo que quieran, no hai nadion en el mundo que tenga las proporciones de Chile para la federación. Todas las provincias producen cuanto es necesario para la comodidad i los placeres de la vida; todas tienen un costado a la