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Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XI (1824-1825).djvu/347

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SESION DE 10 DE SETIEMBRE DE 1825 347

reserven para cuando se reunan los demas diputados que deben formar el Congreso.

El señor Uribe, presbítero. —Ayer oí decir a un señor diputado (i si no me equivoco es el señor preopinante) de que eran ridiculas las ceremonias relijiosas...

El señor Infante. —Se me calumnia en decir esto. Yo no he hablado de las ceremonias relijiosas.

El señor Uribe. —Si no me equivoco, la Sala será testigo. Se ha tratado sobre el ceremonial, i cuando US. ha dicho que son ridiculas las ceremonias parece que habla sobre todos los artículos del ceremonial.

Voi a decir que son ridiculas, dice, las ceremonias con que este Honorable Cuerpo trata de hacer solemne su inauguracion, a fin de que esta República toque ya el término de su esplendor. ¿I cómo podremos conseguir tan importantes objetos si nuestras empresas no van acompañadas de los actos relijiosos? La Francia jamas se vió mas desorganizada que cuando se separó de la relijion. Roma, segun Montesquieu[1], debió su grandeza i esplendor al espíritu de relijion que siempre hubo en ella. Es innegable que todos los países han sido grandes i poderosos miéntras han conservado el amor a la relijion, que es el mejor garante de la libertad; así es que el despotismo de toda el Asia jamas pudo conseguir la destruccion de las costumbres de los indios, persas i turcos; i ¿será posible que se llame ceremonias ridiculas i que sea ridículo levantar nuestros votos implorando al Ser Supremo? Justamente mereceria la execracion de toda la República si dejase pasar en silencio lo que he dicho, principalmente cuando tengo un encargo especial de mi pueblo comitente de no tocar en las materias que tengan atinjencia con la relijion. Así, pues, he hecho este pequeño discurso, siendo mi opinion que la instalacion de este Cuerpo se haga con todas las solemnidades i ceremonias posibles, a fin que sea mas respetable el acto. Esto lo hemos visto en el primer Congreso, en cuya inauguracion hubo su accion de gracias, su oracion i, en fin, se observaron todos los artículos comprendidos en este reglamento.

El señor Elizondo. —Yo creo, señor, que la invitacion que se acaba de oir es mui justa i mui bien dicha, pero no a tiempo, porque no he oido a ningun señor tratar de ridículos los actos relijiosos. Yo creo que no habrá ninguno entre nosotros que crea ridículo el culto esterior al Supremo Ser, pues teniéndole una dependencia no solo en lo interior sino en lo esterior, debemos tributarle un culto tanto interno como esterno. Todos creo que conocen i saben que las ceremonias relijiosas son el homenaje mas digno de un Dios. La escritura nos refiere que al tiempo mismo que el Señor dió la lei a Moises, le dió tambien el Tabernáculo i se hizo construir un altar, donde le ofreciera el pueblo ceremonias i víctimas. I aunque es verdad, como muchas veces he oido, que los déspotas i tiranos se han asilado del nombre augusto de la relijion para oprimir a los pueblos, pero yo creo que nosotros cristianos, debemos esperar de ella sola el buen resultado de nuestros empeños; creo que estos actos solemnes de relijion deberán inspirarnos los mas vivos deseos de cumplir con nuestros deberes. Tampoco creo ridículos los aparatos profanos o civiles, porque aunque no los crea tan necesarios, mas no debemos omitir aquéllos que caracterizan que la tranquilidad de los pueblos consiste en la magnanimidad del que manda i en la docilidad del que obedece. Si falta la sumision del que obedece, habremos caido en la anarquía, i como he dicho ántes i siempre he creido, nada debe omitirse de solemnidades relijiosas ni de las profanas; mas, yo no creo, no digo que las primeras ni que aun las segundas, se hayan tratado de ridiculas.

El señor Egaña. —La cuestion que ha exijido el señor Infante es esta: que la Sala decida primero si debe haber algun ceremonial para la instalacion de este Cuerpo. Parece que ésta no puede ser ni cuestion preliminar; i así solo debemos discutir si se aprueba el proyecto, porque la Sala, habiendo declarado que debe instalarse, ha hecho una declaracion privada que quiere sea con algun ceremonial; cuál sea éste, es lo que ahora vamos a discutir.

El señor Infante. —En la Sala nada se declara tácito sino espresamente. Se previno que se formase el proyecto de ceremonial, i yo convine en ello con ánimo de hacer mocion sobre si debia darse a esas solemnidades toda la estension que

  1. Montesquieu en su tratado sobre las Causas de la grandeza i decadencia de Roma, dice: "Como en los tiempos que se debilitaba el imperio se establecía la relijion cristiana, les cristianos reprochaban a los paganos esta decadencia, i éstos la atribuian a la relijion cristiana. Los cristianos decian qite Diocleciano habia perdido el imperio asociándose tres colegas, porque cada uno queria hacer tan grandes gastos i mantener tan grande ejército, como si fuese él solo; que, por esto, no siendo el número de aquéllos que recibían proporcionado al de aquéllos quedaban, los cargos vinieron a ser tan grandes que los labradores abandonaron las tierras i se convirtieron ellas en forestas. Los paganos, al contrario, no cesaban de gritar contra un culto nuevo, hasta entonces inaudito, i como ántes en Roma floreciente, se atribuia las inundaciones del Tiber i otros efectos de la naturaleza a la cólera de los dioses, del mismo modo en Roma espirante se imputaba las infelicidades al nuevo culto i al trastorno de sus altaresn... "Una santurronería (bigotterie) universal abate los corajes i entorpece todo el imperio., Constantinopla, propiamente hablando, es el solo país del Oriente donde la relijion cristiana es la dominante. Ahora esta cobardía, esta pereza, esta molicie de las naciones del Asia se mezclaron en la devocion misma. Entre mil ejemplos no quiero masque el de Philipicus, jeneral de Mauricio, que, disponiéndose a dar una batalla, se puso a llorar, considerando el gran número de jentes que iban a morir, n Ahora si Montesquieu ha tenido algunas confianzas reservadas con el Deutoronomio que no consten de sus obras públicas, no nos toca juzgar de ellas, aunque nos congratulemos íntimamente de que la autoridad de este célebre escritor sea tan respetada por los hijos santos de aquél, como lo es por toda la especie humana.