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CÁMARA DE DIPUTADOS

Bretaña[1]. Los comisionados americanos encontraron algunas dificultades sobre este punto, aun cuando la Inglaterra estaba ya convenida en la paz, i sin embargo insistieron como condicion indispensable en este reconocimiento; i fué tal el ansia con que lo recibieron, que recelosos de algun embarazo por causa de las pretensiones de la Francia, su aliada, le ocultaron los preliminares de paz hasta despues de firmados, contraviniendo a las instrucciones del Congreso. Uno de estos comisionados americanos era Franklin i no le contaremos seguramente en el número de los desalumbrados que dan importancia a bagatelas.

Estos casos, a que pudiéramos añadir otros que, por mas recientes, no es necesario recordar, manifiestan, si no estamos equivocados, que lo que El Filopolita llama una fórmula vana, es moneda corriente que tiene valor en las conferencias i protocolos de la diplomacia europea; i no podemos negar que la vieja Europa con todas sus rancias preocupaciones i sus resabios feudales i peripatéticos, pesa algo en la balanza del mundo.

A vista de la estrañeza que la Legacion a España ha causado a El Filopolita, no parece sino que ésta fuera una ocurrencia peculiar a Chile i que las otras Repúblicas americanas no hubiesen creido honroso, oportuno i naturalísimo este paso. Es verdad que en Colombia se declamó mucho al principio contra la mision a España; i que por allá se hizo tambien bastante ruido con la "impotencia de España" i "la posesion de hecho" i "la victoria" i "los godos". El Senado desaprobó la mision del jeneral Montilla, se revocaron los poderes de este ilustre patriota; pero fué para poner a toda prisa otro Plenipotenciario en su lugar.

Nada, pues, alcanzamos a ver ni de estravagante ni de inusitado, ni de intempestivo, en la conducta del Gobierno de Chile. Si algo la distingue es la franqueza con que, pudiendo tomar esta medida por sí solo, la ha consultado con la Lejislatura, i ha puesto las bases de la negociacion en noticia de todos.


Tenemos a El Filopolita por escritor de buena fé, i no vacilamos en darle crédito cuando asegura que el bien público i el loable deseo de que se decida, con pleno conocimiento de causa, la medida de la Legacion a España, son los únicos móviles que han guiado su pluma. Pero si es así, como lo creemos, ¿no debería abstenerse de espresiones que desnaturalizan la cuestion i parecen escojidas de propósito para dar una idea poco exacta de la medida i presentarla bajo un aspecto odioso?

Impetrar es obtener una gracia que se ha solicitado con ruegos; i nadie ha pensado en rogar a la España. Ella ha manifestado los primeros deseos de paz; ella ha dado en realidad el primer paso.

Acercarnos a ella; poner a prueba la sinceridad de su Gabinete; ajustar con él una paz honrosa como la que coronó la Independencia de Holanda i de las colonias británicas, o desengañarle, si se alimenta todavía de ilusiones; ¿es esto lo que llama El Filopolita impetrar el reconocimiento, i lo que ántes había llamado humillarse?

Se objeta la poca estabilidad del Gobierno de la Reina Cristina. La objecion sería fundada si por nuestra parte aventurásemos algo. Si fuésemos, por ejemplo, a comprar la Independencia con uno o dos millones de pesos, se nos podría decir con alguna razon: "aguardemos a que haya en España un Gobierno sólido; no hagamos un sacrificio costoso ántes de estar seguros de que producirá el fruto deseado.

Sí triunfa el infante don Cárlos, habremos perdido ese dinero i vendrá a ser insubsistente i nulo el reconocimiento de la Reina Cristina." Pero, en el caso presente ¿qué valor tiene esta objecion? ¿Hai alguna regla de prudencia o de honor, que nos prohiba tomar una medida de que en una hipótesis puede resultarnos un bien, i en la hipótesis contraria no nos resulta el menor mal? El honor no nos lo prohibe i la prudencia nos lo manda.

"Pero, semejante reconocimiento, dice El Filopolita, no nos sería decoroso, porque en la diplomacia europea parecerá concedido en fuerza de las circunstancias". No sabemos cuál sea la teórica de la diplomacia europea; pero sabemos bien cual ha sido siempre su práctica: espiar con sagacidad las circunstancias, i aprovecharse diestramente de ellas para lograr sus fines, aun cuando les han faltado los títulos de razon i justicia que favorecen al nuestro. Ademas ¿quién pone a la España en la alternativa de reconocernos o de perecer? Ella está, por lo que hace a nosotros, en plena libertad para tomar el partido que guste. Reconociéndonos, gozará de nuestro comercio; negándose a ello seguirá existiendo como ha existido estos veinte años. ¿Por qué no ha de ser este tan buen tiempo como otro cualquiera para tratar con ella, sin contravenir a la jenerosidad caballeresca que nos recomienda El Filopolita? El lenguaje de Martínez de la Rosa i de los otros Ministros en los debates de las Cortes, ha sido, a nuestro modo de ver, suficientemente esplícito. El reconocimiento de la Independencia se ha indicado de una manera que no da lugar a terjiversaciones. En la carta al señor Testal de Montevideo (que puede mirarse como dirijida a los Gobiernos de América) dice bien claro el Presidente del Con

  1. Su Majestad Británica reconoce los dichos Estados Unidos es a saber, la Nueva Hampshire, Massachussets-Bai etc., por Estados libres, soberanos e independientes, tratando con ellos como tales, i renunciando por si, sus herederos i sucesores toda pretension al Gobierno, propiedad i derechos territoriales de los mismos o de cualesquiera parte de ellos. ("Artículos provisionales de paz entre la Inglaterra i los Estados Unidos. Paris, 30 de Noviembre de 1782 i Tratado definitivo de 30 de Setiembre de 1783. ")