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GRAN CONVENCION

ella, sin olvidarse de consultar la historia. Tengo manifestado en parte la falta de aquellos principios, i seguiré con los de ésta; ella nos hace ver que el fuero es tan antiguo en la milicia como su creacion, que a proporcion de la honra i aprecio con que la estimularon fueron superando las ventajas que de ella sacaron, i que algunos Estados o los mas decayeron cuando se mostraron ingratos o desconocidos a los servicios. Por aquellos medios llegó Roma al grado de elevacion, i ellos fueron los que la hicieron gloriarse de la heróica intrepidez de un Horacio, del incomparable arrojo de un Mucio Scevola, de la firmeza inimitable de Régulo i de otros muchos célebres soldados que llenaron de gloria a la República.

Lo mismo observaron los persas i ejipcios a pesar que en el primero no se conocía la regularidad de la disciplina, i en el segundo merecían un jeneral aprecio todas las clases; cuyos principios le proporcionaron a Sesostris hacer tributaria la Etiopía, sujetar el Asia i penetrar en la India hasta donde ningun otro conquistador llevó sus armas.

La Grecia, tan eminente en ilustres guerreros, guardaba la mayor justicia en recompensar los servicios i acciones militares. Atenas se constituía madre de los que se inutilizaban en el servicio, estendiéndose hasta los padres e hijos, i por estos medios llegó Esparta hacer efectiva aquella lei que ponía en la precision a sus tropas de vencer o morir.

Se puede decir que no ha habido Nacion, desde la mas remota antigüedad, que no haya observado la máxima de distinguir i premiar a sus tropas i la que ha tenido una conducta contraria, no ha esperimentado por lo regular mui favorables sucesos. Mientras Alejandro Magno distinguió a los macedonios i honró a sus veteranos, todo caminaba bien en su monarquía; pero, cuando se entregó a las delicias i manifestó su ingratitud a los que habían sido el instrumento de sus victorias, bebió el tósigo que puso fin a su grandeza. ¿Qué estragos no causó a Roma el destierro de Coroliano, i qué trastorno no sufrió Aténas por la ausencia de Alcibíades? Nunca levantó la cabeza el imperio romano, dice Jacobo Meyer, desde que aquel famoso jeneral Accio, cuyo ejército venció a Atila matándole 180,000 hombres, fué sacrificado por el emperador Valentiniano a la envidia privada de sus enemigos. El erudito Sijonio demuestra los grandes daños que esperimentaron los negocios de la Francia desde que Andrés Doria, su almirante, la abandonó. I ¿cuáles han sido las consecuencias en nuestro país de la inestabilidad i falta de cumplimiento que han tenido las remuneraciones i premios concedidos en el peligro, i de ese abandono con que se ha mirado a la milicia? ¿No estamos esperimentando su total decadencia por no dedicarse a ella ningun joven de regular educacion? ¿No proviene de esto la repeticion de movimientos i facilidad con que se hacen las revoluciones? ¿No es de aquí haber reducido al ejército a un conjunto de hombres desesperados por abandonar el destino a que se ven condenados?

Despues de lo espuesto ¿a qué podremos atribuir la deliberacion del desafuero? ¿Será acaso el querer igualar en los goces a todas las clases? Nó, porque esto sería imposible; pués, estando cada una de ellas sujetas a un arte o profesion distinta, es indispensable lo sean los productos; a mas de que sería contrario a los principios adoptados en ambos proyectos; pués, en ellos se conceden excepciones a los Diputados al tiempo de residencia, etc.

Si todas las Naciones han adoptado el medio del estímulo i conseguido por él los resultados mas felices, no acabo de comprender cuál sea el motivo que les haga menospreciar un caudal inagotable, máxime cuando en el mismo Estado se adopta para promover las ciencias; i si se creen indispensables para estimular éstas i las demás profesiones que no tienen el menor riesgo su desempeño, sino, al contrario, la esperanza de un inmediato usufructo, i el asegurar la subsistencia ¿con cuánta mas razon no deben de adoptarse i ensancharse para la milicia, en cuya carrera se vé cercado el hombre continuamente de toda clase de privaciones, trabajos i peligros, i en la cual no se exije nada menos que el sacrificio de la tranquilidad i de la propia existencia? La inapreciabilidad de estos sacrificios fueron los que hicieron a Cicerón espresarse en su oracion por Murena en estos términos: "¿Como se puede dudar, dice, que para obtener el Consulado proporciona mas el mérito militar que el estudio del derecho? Velas de noche Servio para responder a tus clientes, pero Murena no duerme para conducir mui de mañana el ejército al paraje que le conviene. A tí te despierta el canto de los gallos; a él el de las trompetas. Tú entablas las acciones i demandas; pero él forma los ejércitos. Tú precaves la sorpresa de los que te consultan; él guarda las ciudades i los reales. Tú sabes el modo de apartar las aguas de los edificios; aquél sabe i se ocupa en alejar los ejércitos enemigos; aquél se emplea en dilatar los fines del imperio, tú solo en gobernar los adquiridos; i. para decir, en una palabra, lo que siento, la virtud militar aventaja i excede a todas las demás."

Este elojio de un hombre como Ciceron, de un hombre que no puede ser sospechoso, sino que, al contrario, debía ser partidario de su profesion, es un justificativo del aprecio a que es acreedora la milicia; porque ¿pueden ser recompensados con dinero el sacrificio de la tranquilidad, el de la dependencia tan inmediata a tantos jefes, el de esa subordinacion i privaciones que le son inherentes, el de esa multitud de trabajos consiguientes de una campaña, el del sometimiento a unas leyes mas severas i ejecutivas; por último, el de la obligacion de menospreciar