En sus lecciones, no son menos abundantes esos relámpagos de elocuencia.
Decía de los conquistadores del Perú y de Méjico, comparándolos con los que vinieron á nuestras playas:
«Aquellos fueron los últimos retoños de la vitalidad caballeresca de la España de la Edad Media. Eran los nietos del Cid, con su espada de fuego, el corazón de acero y la fibra templada en el diapasón del romance antiguo!..... Al Rio de la Plata solo vinieron los halcones del Emperador Cárlos Quinto.»
Retratando á don Pedro de Mendoza, exclamaba: «No habia nacido para mandar héroes....... El verdadero caudillo se asemeja al marino, que vive de agrias voluptuosidades en la inmensa y tormentosa mar!»
Admirándose ante el esfuerzo colosal de los patricios de 1810, decía:
«Solo aquella mano que levantó á Lázaro del sepulcro, solo aquellos labios que promulgaron la justicia divina en las colinas de Jerusalem, han podido infundir la sangre nueva y las aspiraciones robustas de la democracia, en pueblos que nacieron envueltos en el sudario!»
Disertando sobre la milicia, terminaba: