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comisionista, se desarman, se arrugan y se gastan á fuerza de servir de traje número único á inteligencias activas é infatigables.

Cuando veo al Diputado Eudoro Avellaneda, con ese físico agoviado que tan mal paega con su andar ligero, y con la mirada tendida á 45 grados bajo la horizontal, como acechando las gafas encaramadas á un dedo de la punta de la nariz, y á dos de las pestañas, suelo decirme:

— Este hombre debe pertenecer al sistema peripatético del raciocinio. Piensa mejor caminando que sentado.

Y mejor aún callado, que cuando se espresa con la pausa, con el ritmo y con los ribetes de raillerie que resplandecían en la frase inspirada del doctor Avellaneda.

Este habia dado á medios análogos, todo el pulimento con que un joyero de buen gusto condensa tesoros de luz en cada una de las caras gastadas y súcias de un diamante en bruto.

Eudoro Avellaneda ha preferido quedarse con la piedra, desdeñando el lujo de su talla por la utilidad de su engarce en acero, á estilo de los vidrieros.

La situación de Tucumán, por ejemplo, le