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RODOLFO LENZ

No hai quien á un caido levante
Ni quien la mano le dé;
Como le ven por el suelo
Todos le dan con el pié.

Mira, cristiano, y advierte
Que nuestro Señor amado
Va á morir crucificado,
Pues le condenan a muerte;
Por adorarte i quererte,
Al Calvario va constante;
Ya cayó el Cordero amante
Con el peso de la cruz;
Hombre, ya cayó Jesús;
¿No hai quién á un caido levante?

Y los furiosos ladrones
Muestran su furia y rigor,
Con atrevido valor
Le dan golpes y empellones.
¡Oh qué duros corazones
Que en este mundo se ven!
Hombre, ¿dónde está la fé?
Caida la cruz está,
Y en ella su Majestá:
¿No hai quien la mano le dé? etc.

Estos versos son tan semejantes, respecto a estilo i métrica, a los versos relijiosos de las hojas sueltas de Santiago, que cualquiera les atribuiría el mismo orijen. Sólo les falta cada vez la quinta estrofa con el «fin», que talvez se agregaba sólo en la recitación. Llamo la atención al hecho curioso de que la palabra