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la imitación servil de lá prosa de Saavedra Fajardo, antes que el verso vacío y amanerado de Jáuregui, de Lobo, ó de Melendez Valdés, es preferible cien mil veces la pobre y casi siempre galáica dicción de las hojas periodistas que en la actualidad se publican. Pero donde indudablmente sobresale Diaz como artista, es en todos sus sonetos descriptivos y en la mayor parte de aquellos en que á grandes trazos reproduce la fisonomía de los principales genios de la humanidad. Su libro, en esta parte, constituye una especie de museo poético, donde poco á poco van destacándose, desde la estatua admirablemente cincelada, hasta el paisaje de una fidelidad casi flamenca. Ha dicho, no sé quién, que en el mundo visible, y en lo que llamamos naturaleza, la divinidad no puede acercársenos más que en el rostro de un sabio, y que Dios no puede manifestarse mejor que en el retrato bien hecho, de un hombre virtuoso. Pues bien: en el presente libro, Diaz presenta á la consideración de propios y estraños una galería completa, un arsenal entero de grandes caracteres, alrededor de los cuales debemos jirar siempre que aspiremos á dignificarnos y á buscar consuelos en la virtud y en la verdad. En el soneto que aparece en la página primera, se presenta sintetizada en cuatro rasgos la figura