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de su carácter le habia impuosto, desde los primeros dios de la revolucion. Estaban ya devueltas al suelo de Chile aquellas ce-
nizas para ella lan queridas, ise había lavado con lágrimas de
todo un pueblo la afrengg del patíbulo!
Alejóse, en consecuencia, la señora Carrera, i ya de una ma- nera irrevocable, de todo contacto con la cosa pública de su potria, i desde aquel momento su existencia de mujer no ofrece otras novedades que las que podían caberle en las consideracio= nes sociales que eran debidas a su rango, a su cultura ia sus infortanios. La loza que había cerrado la tumba de sus herma- nos, cabada en el suelo de sus mayores, sepultó tambien el Tol histórico de la señora Carrera.
“Tuvo ésta verdaderamente las dos mayores virtudes de su sexo: la resignacion en Dios ¡la abnegación de sí propia en las congojas de la vida. Podrá acusársele de haber amado demasia- do, pero no de ninguna culpa de egoismo, que es la negacion de todo amor.
En su retiro de San Miguel, la señora Carrera volvió a dar muestras de las altas prendas de su organizacion, que el infor- tunio, lejos de gastar, habia hecho mas finas. Gustaba rodearse de hombres que descollaran su intelijencia o su saber, sin que jamas se fijara en su posicion politica. Vera, Gandarillos, Bello, Mora fueron mas de una vez sus huéspedes en su mansion de campo, que ella abría, a ejemplo de su madre, a todos los es- tranjeros de distincion.
La señora Carrera se alejó de sus gratos jardines de San Mi- guel, que ella cultivaba con sus propias manos, solo para pre- pararse cristianamente al viaje de la eternidad. Admira su ternura, no ménos que su incontrastable entereza delante de la muerte, Nombró albaceas que hicieran inventarios póstumos de sus bienes; pero ella bizo solo lo que polría llamarse el in- ventario desu corazon. Repasó en su memoria todas sus afec- ciones, hasta las mas pequeñas, para enviar a cada una una palabra de adios; ino olvidó siquiera los compromisos de so=