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hijos con dolorosos abrazos, ellos se lanzaban contentos para ir contra el enemigo i llenos de ambiciosas esperanzas. La muerte hacia tanto estrago en sus filas, que cada dia eran necesarios nuevos enganches, ilegó el momento en que ni el título de pa- drei esposo podia esceptuar a nadie del comun destino; en es- te dia la Francia entera lanzó un jemido de dolor.
El padre de familia, bañando con sus lágrimas el rostro de su hija, la entregó con amarga: sonrisa a los cuidados de su esposa
querida. «Adios, adios para siempre», esclamó al parlir; ¿ esta despe-
dida le costó la vida a su esposa, porque a poco meses Emilia ya no tenia madre.
En los primeros dias, algunos amigos de familia se habian en- cargado de ella, hasta que cierto dia un coche habia parado de- lante de la casa de sus nuevos padres, una señora se habia pre- sentado, les habia dicho unas pocas palabras, i se la habia lleva- do al colejio de la Lejion de honor, en San-Dionisio.
Ciertamente que si la igualdad debia reinar en slguna parte, era entre aquellas niñas que todas recibian la misma educacion, pudiendo todas considerarse como huérfanas, pues que Ja muer- te los arrebataba cada dia, a la una un padre, a la otra un herma- no adorado. Mas ¡ai! el necio orgullo con su séquito de distin dones sociales habia sabido introducirse en aquel asilo, i la hija del jeneral acojia con desdeñosa sonrisa o mirada de proteccion ala hija del coronel; mientras que ésta apénas se dignaba ha- blar a la hija del oficial, (igurándose cada una de ellas que la modestia i humildad son virtudes buenas........para los pobres no mas. Asi, en las horas de recreo se formaban grupos de las señoritas de un mismo rango, ¡allí trataban hasta de batallas i conquistas, porque el furoe bélico labia tambien invadido aque- Da pacífica morada. Otras veces hablaban de su dinero, de su familia, i del brillante porvenir que les esperaba en el mundo.
Entre tanto la pobre Emilia. se paseaba sola en los jardines del colejio, porque estaba sola, sin familia, sin rango que espe-