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dentro de la fosa que ya está cavando para tí el enterrador!

Mas ella nada me contestaba. Asustada, sin duda, de ese horrible traje gris, se habia puesto de cara a la pared. En vano le grité: ¡Ah! testaruda, te obstinas en no ver! Te abriré los ojos por la fuerza. I, echandole la mortaja encima, la tomé de un brazo i la volví de un tiron: estaba muerta.

(Afuera el viento sopla con brio. Un remolino de polvo penetra por la puerta, invade la tienda oscureciéndola casi por completo. I, apagada por el ruido de las ráfagas, se oye aun por un instante el resonar de la voz:

—Mañana es día de difuntos i, como siempre, su tumba ostentará las flores mas frescas i las mas hermosas coronas...

En la tienda, las sombras lo envuelven todo. La propietaria con el rostro en las palmas de las manos, apoyada en el mostrador, como una sombra tambien, permanece inmóvil. El viento zumba, sacude las coronas i modula una lúgubre cantinela, que acompañan con su fru-fru de cosas muertas los pétalos de tela i de papel pintado:

—¡Mañana es día de difuntos!