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cerebros atontados un instante por aquel golpe de masa, recobraron de nuevo la conciencia de sus actos. El primero que recobró el uso de sus facultades fué el viejo de la tiznada calva quien viendo que el jefe iba va a marcharse le cerró resueltamente el paso diciendo con plañidera voz:

— Señor, apiádese de nosotros, que se nos cumpla lo prometido, lo hemos ganado con nuestra sangre. ¡Mire Ud!

I arrancando de un tiron la manga de la blusa mostró el brazo izquierdo envuelto en sucios vendajes que apartó con violencia, quedando al descubierto un profundo desgarron que iba de la clavícula hasta el antebrazo. Aquella llaga privada de su apósito empezó a manar sangre en abundancia.

— Señor, prosiguió, ténganos lástima, se lo pedimos de rodillas.

Pero, el injeniero no lo oia ocupado en discutir con el capataz el camino mas corto