otros veinte de sus compañeros, los demas heridos, y á espaldas vueltas, se fueron á embarcar á sus navíos, y volvieron á la Caldera.
Este suceso se sintió mucho en Manila, particularmente por la reputacion que en ello se había perdido, así con los mismos Joloes como con los Mindanaos sus vecinos; v aunque, para enmendar esta desgracia, se tuvo por necesario enviar á hacer castigo en los Joloes; como esto había de ser con pujanza, y entonces no había tanto aparejo, se fué entreteniendo para mejor ocasion: y solo, se envió luego por cabeza del presidio de la Caldera, al capitan Villagra, con algunos soldados; que llegados, lo que se hizo, fué, entretenerse hasta que los bastimentos se les fueron consumiendo, y padecía el presidio, y con aquel poco favor que los Tampacanes sentían, sabiendo que había Españoles en la isla, se sustentaban y entretenían, esperando la venida de mas Españoles, como don Juan les había dicho y prometido, y el castigo y venganza de los de Joló.
Estando las cosas de las Filipinas en este estado; por Mayo de mil y quinientos y noventa y ocho, llegaron naos de la Nueva España á Manila; en las cuales vinieron despachos, para volver á fundar el audiencia Real, que se había quitado los años atras, de las Filipinas: de que fué nombrado y proveido por presidente, don Francisco Tello, que gobernaba la tierra, y por Oydores, el doctor Antonio de Morga, y los licencíados, Cristobal Tellez Almazan, y Alvaro Rodriguez Zambrano, y por Fiscal, el licenciado Gerónimo de Salazar, con los demas ministros de la audiencia. En las mismas naos, vino el Arzobispo Fr. Ignacio de Santibañez, que gozó poco tiempo de su Arzobispado, porque, por el mes de Agosto deste mismo año, murió de una disentería; y asimismo, vino el obispo de Sebú, Fr. Pedro de Agurto. En ocho dias de Mayo, deste año de quinientos y noventa y ocho, se recibió el sello