derno, en lugar eminente y muy á propósito, que la dejó comenzada, y para que entre tanto que se acabase, la fortificacion que había quedase mas en defensa, la redujo á menor sitio del que tenía, haciéndole nuevos caballeros y bastiones, que dejó acabados y terraplenados, con sus puertas fuertes. En la isla de Tidore dejó comenzada otra fortaleza, junto á la poblazon en buen sitio, y habiendo puesto cobro á todo lo que le pareció necesario en Terrenate y Tidore, y en los demas pueblos y fortalezas del Maluco, dió la vuelta con la armada á las Filipinas, dejando de presidio en la fortaleza de Terrenate, por su teniente y gobernador del Maluco, al maese de campo Juan de Esquivel, con seiscientos soldados; los quinientos, en cinco compañías en Terrenate, con una fragua grande de herreros, y sesenta y cinco gastadores, y treinta y cinco canteros, dos galeotas y dos bergantines bien armados, y tripulados de remeros. Y en Tidore, otra compañía de cien soldados, á cargo del capitan Alarcon, con municiones, y bastimentos para un año, á entrambas fortalezas. Y porque se asegurase mas el estado de las cosas de la tierra, sacó della y trujo consigo á Manila á el rey de Terrenate, y á su hijo el príncipe, y veinte y cuatro Cachiles y Sangajes, los mas parientes del rey, haciéndoles toda honra y buen tratamiento[1]; dándoles á entender el fin con que los llevaba, y que su vuelta al Maluco pendía de la seguridad y asiento, con que los moros fuesen proce-
- ↑ Este destierro lo trataron con el rey el Jesuíta P. Luis Fernández, Gallinato y Esquivel, atribuyendo el P. Colin su buen éxito á la habilidad del primero. Esto que entonces se creyó prudente, resultó después una medida antipolítica y de muy fatales consecuencias, porque concitó la enemistad de todas las Molucas, hasta la de los mismos aliados, llegando el nombre español á ser tan odioso como el nombre portugués. El sacerdote Hernando de los Ríos, Bokemeyer y otros historiadores más, acusan aquí de mala fe á D. Pedro de Acuña, pero, extrictamente juzgando, creemos que no tienen razón. D. Pedro, en su salvo conducto, aseguraba las vidas del Rey y del príncipe, pero no su libertad. Sin duda que un poco más de generosidad hubiera hecho más grande al conquistador, menas odiado el