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LA VIDA DE LAZARILLO DE TORMES.

lo cual fué preso, y confesó y no negó, y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que esté en la gloria, pues el evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fué mi padre, que á la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fué, y con su señor, como leal criado, feneció su vida. Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse á los buenos por ser uno de ellos, y vínose á vivir á la ciudad, y alquiló una casilla, y metíase á guisar de comer á ciertos estudiantes, y lavaba la ropa á ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena; de manera que frecuentando las caballerizas, ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias cuidaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venia á nuestra casa, y se iba á la mañana. Otras veces de dia llegaba á la puerta en achaque de comprar huevos, y entrábase en la casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él, y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenia; mas de que ví que con su venida mejoraba el comer, fuíle queriendo bien; porque siempre traia pan, pedazos de carne, y en el invierno leños á que nos calentábamos; de manera que continuando la posada y conversación, mi madre vino á darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba á calentar. Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño veia á mi madre y á mí blancos, y á él no, huía de él con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: Madre, coco. Respondió él riendo: Hideputa! Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí: ¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros, porque no se ven á sí mismos! Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zayde (que así se llamaba) llegó á oídos del mayordomo; y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada que paralas bestias le daban, hurtaba; y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacia pérdidas: y cuando otra cosa no tenia, las bestias desherraba; y con todo esto acudía á mí madre para criar á mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni de un fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de su casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando á un pobre esclavo el amor le animaba á esto. Y probósele cuanto digo y aun mas; porque á mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía y descubría cuanto sabia con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre á un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y á mi madre pusieron pena por justicia sobre el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho comendador no entrase, ni al lastimado Zayde en la suya acogiese. Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia, y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fué á servir á los que al presente vivían en el mesón de la Solana, y ahí padeciendo mil importunidades acabó de criar á mi hermanico hasta que supo andar, y á mí hasta ser buen mozuelo, que iba á los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.