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Conejo de Peluche durmió en la cama del niño. Al principio era bastante incómodo, porque el niño lo abrazaba apretando mucho y a veces rodaba sobre él, y a veces lo empujaba tanto bajo la almohada que el Conejo apenas podía respirar. Y también extrañaba las largas horas de luz de luna en el cuarto, cuando la casa estaba silenciosa y sus conversaciones con Caballo de Cuero. Pero muy pronto se acostumbró, porque el niño solía hablar con él y le hacía túneles geniales bajo las sabanas que dijo eran como las madrigueras en las que viven los conejos reales. Y tenían juegos espléndidos juntos, en susurros, cuando Nana se iba a cenar y dejaba una luz prendida sobre el mantel. Y cuando el niño dormía, el conejo se acurrucaba bajo su tibio mentón pequeño y soñaba, con las manos del niño cerradas sobre él toda la noche.

Y así pasaba el tiempo, y el Conejito era muy feliz—tan feliz que nunca notó cómo su hermoso pelaje de peluche se gastaba más y más y su rabo se descosía, y el color rosado de su nariz desaparecía donde el niño lo había besado.

Llegó la primavera, y pasaban largos días en el

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