"Golondrina, Golondrina, pequeña Golondrina," dijo el Príncipe, "¿te quedarías conmigo una y serías mi mensajero? El chico está tan sediento y la madre tan triste."
"No creo que me gusten los niños," respondió la golondrina. "El verano pasado, cuando me quedaba en el río, había dos muchachos maleducados, hijos del molinero, que siempre me estaban arrojando piedras. Ellos nunca me pegaron, por supuesto; las golondrinas volamos demasiado bien para eso, y además, vengo de una familia famosa por su agilidad; "pero aun así, fue una señal de falta de respeto".
Pero el príncipe feliz parecía tan triste que la pequeña Golondrina tuvo pena. "Es muy frío aquí", dijo; "pero permaneceré una noche contigo y ser tu mensajero."
"Gracias, pequeña Golondrina," dijo el Príncipe. Así la golondrina tomó el gran rubí de la espada del Príncipe y voló con ella en su pico sobre los tejados de la ciudad.