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42 POLÍTICA DOMÉSTICA

Contemplémoslos algún tiempo después.

Ella confia en su marido, y cree que ya no nece- sita hacer nada para agradarle; aquella inocente co- quetería cede su lugar á una negligencia que á veces raya en desaliño. «Mi marido sabe que le quiero mucho. . .. ¿Porqué he de afecfcar para él esas maneras mentirosas que se emplean en la so- ciedad?. . . . <<

Y el marido dice para sí: «¡Cuánto ha cambiado el modo de ser de mi mujer!..... ¡Estaba tan agra- dable, cuando se peinaba y se componía con pri-— mor!..... ¡No creía yo que por no arreglarse pudiera estar fea!..... Parecíame muy cuidadosa y veo que’ no lo es ya sino para la sociedad. Entonces sa- bía decirme cosas halagüeñas; pero se ha hecho tan desabrida, que nunca sabe abrir su boca sino para contrariarme. ¡A fé mía que no sé por qué he de inquietarme por quien no se inquieta por mí.»

Así, pues, el marido se pasa los ratos que está en su casa, rellenado en una butaca, con un libro ó un diario en la mano; y si su mujer le dirije la palabra, responde con monosílabos, para no interrumpir su lectura; y si su mujer insiste, quejándose de lo poco comunicativo que con ella se manifiesta, él contesta:

—¿Qué quieres que te diga, mujer? Nuestro re- pertorio está agotado. ¿Vamos á repetir eterna- mente lo mismo? ¡Eso sería enfadoso!