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POLÍTICA DOMÉSTICA 87

nifiesta por modo tan deplorable, que fácilmente su- bleva los ánimos. No por ser sinceramente respe- tuoso y adicto á sus padres, puede un hijo habituar- se á ver los intereses de la familia sacrificados á los individuos menos dignos, y la fortuna de los abuelos arruinada por disipadores á quienes estimula una culpable tolerancia que escandaliza aun á las perso- nas más indulgentes. La madre que hasta este pun- to pierde el sentimiento del deber, se aparta de los principfos de justicia y equidad que deben guiarla en el gobierno de la familia.

Conocidas son las mil razones más ó menos inge- niosas que, so pretexto de supuestas necesidades apremiantes, se dan para justificar inversiones pecu- niarias que una ciega ternura suele tolerar; pero ¿es posible conseguir que tan fútiles razones sean satis- factorias álos hijos, tantas veces resentidos amarga- mente; al marido, que no acepta siempre todo lo que se le quiere inspirar; á los parientes, dispuestos en favor de los ofendidos, y al público, que se indigna contra todo lo que se parece á la injusticia? Por mu- cho que se queje de Jos defectos de sus hijos, todo el mundo dirá que la primer falta no es de ellos, y que tan expeciosos pretextos de disgusto son deplo- rables en una madre de familia.

No espere ella, pues, encontrar simpatías, reales ó ficticias, para su desgracia; antes bien encontrará