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Sin pretender emitir opinión alguna en especulaciones que, si son seductoras por lo nuevo y atrevido de su concepción, no han sido evidenciadas de una manera científica ó irrefutable, nuestras investigaciones se ejercitarán en el campo de las invasiones sucesivas, como la forma en que algunos han imaginado haberse operado la población, viniendo del Norte.

A haberse verificado de esta manera la población en América, claro es que la que habita el territorio chileno, habría sido la primera que penetrara en el continente, la cual empujada por la oleada de las invasiones posteriores y sucesivas, se habría visto obligada á correrse hacia el sur, á venirse á asilar en el extremo opuesto á aquel por donde habrían penetrado también las invasiones subsiguientes.

El éxodo de tan larga peregrinación habría exigido millares de años, como que las distancias recorridas habrían sido inconmensurables, las oleadas invasoras tardías y pausada la marcha, como es la de las colectividades que emigran.

¿Dónde está impresa, dónde siquiera diseñada la huella que en tan largo trayecto dejara este pueblo?

Las interrogaciones al pasado, las investigaciones en las comarcas que habría atravesado este pueblo, los requerimientos á la tradición oral, á los mitos que muchas veces encierran en su fondo hechos históricos, nada han revelado sobre esto, que, á haberse verificado, algún rastro habría dejado estampado para atestiguarlos.

Los pueblos, es evidente, dejan su lengua en las tierras que habitan, y la lengua de los aborígenes, sus inflexiones ó sus raíces ó derivaciones no se han hallado fuera de los deslindes de este país, como de antigua procedencia.

De esta manera la filología ha podido establecer que el pueblo ario vivió en inmemoriales tiempos sobre el suelo de Europa, que el pueblo lapón ocupó la Dinamarca y los celtas parte de España, Irlanda, Gran Bretaña, Francia y el norte de Italia.[1]

Si ningún hecho positivo ha podido establecer el origen asiático de esta raza; si la ciencia ha certificado que la configuración craneana de las razas americanas no corresponde á la de las razas mongólicas;[2] si la lengua de los aborígenes chilenos no se halla fuera de nuestras frontera, siquiera sea en forma rudimentaria ó desfigurada por el tiempo, fuerza es convenir en que el pueblo oriundo de este país no ha venido por esos caminos y que es menester buscar sus rastros en otras direcciones.


La población aborigen ó que poblaba estos territorios al momento de su descubrimiento, era una misma la continental y la insular. La misma lengua, el mismo color de la piel, la misma estructura física, las mismas costumbres y há-

  1. Sven Nilson. Les primitifs habitants de la Scandinavie, cap. VI; Antequera. Historia de la legislación española, cap. I; Hiering. La pre-historia de los indo-europeos, Madrid, 1898.
  2. Se ha estimado como segura toda investigación que se hace para deducir orígenes del estudio de los cráneos. Antes de Retzius se creía que los lapones y esquimales pertenecían á una misma raza y de esta opinión participó hasta Cuvier; pero los estudios hechos por este sabio naturalista vinieron á manifestar que los que tales ideas sustentaban habían incurrido en un error: los lapones son braquicéfalos ortoñatos, y los esquimales dolicocéfalos proñatos, ó que aquellos son de cráneo corto y estos de cráneo largo. Sven Nilson, «op. cit»., cap. III.