urde con acentuado colorido narraciones que parecen cuentos de hadas, por más que tengan en el fondo su medula de verdad, ya recordando edificios ó literatos olvidados, bien exhumando soldados beneméritos, cuando no pone de bulto, siquiera sea de paso, nuestros últimos progresos.
Con el objeto único de salvar lo poco que va quedando de una época que ya se borra, nuestro autor, con los ojos y el espíritu fijos en la tierra amorosa del hemisferio republicano, escudriña el tesoro que guarda su tradición, y sin otra guía que el examen estudiados y sostenidos sus tipos, traslada al papel escenas y diálogos que conservan todo el sabor de la realidad, después de emplear, como el poeta latino, las horas fugaces de su existencia en adornarlos con las emociones más puras y más laudables.
De esa manera, tal vez en su totalidad, cuanto refiere ha sucedido, vale decir, tiene base de verdad; dando color y movimiento con las múltiples tintas de su paleta de artista de buena cepa á parábolas realmente edificantes, como, entre otras, la tradición que intitula Cenas del obispo San Alberto, aquel modelo de prelados por su saber y virtud evangélica, que alecciona á una viuda honrada, pero que no tenia la puerta cerrada; la del Fiscal Catoniano, al que ya en su decadencia admiramos de cerca, descubriéndolo en ella retratado de cuerpo entero; la del Amor de rodillas, en que figuran dos beldades, hoy desvanecidas, Marta Lujan y Genoveva Corbalán, pertenecientes ambas á la primera sociedad de Salta; la de El hombre que voló, ó sea uno de los esforzados defensores de Buenos Aires en 1807, al que alcanzamos en la inopia más de medio siglo después de su doble hazaña; la de El primer ferrocarril, en cuyo corto viaje de ensayo no se animó á estrenar el tren ni la respetable Comisión Directiva que invitara al pueblo á presenciarlo; la de El primer vapor que mojó en estas aguas, etc., etc., todas á cual más interesantes, recreativas y de enseñanza moral, debiendo añadirse que las ilustraciones del texto representan con propiedad monumentos, lugares y otros objetos de que se ha hecho referencia en la tradición respectiva.
Por lo demás, cumple repetir, el autor es un antiguo ciudadano de la república literaria por los trabajos útiles con que la ha enriquecido siempre, conservando en su poder testimonios de aprecio de escritores y publicistas como Mitre, Sarmiento, Juan María Gutiérrez, Villergas, D'Amicis, Quesada, Guido, Pellegrini (padre), Tobal, Esteves Seguí, Argerich, etc., razón que nos asiste para no cerrar estas líneas sin dedicar algunas más á su respecto, como un tributo de ajustada equidad á la constancia y patriotismo con que contribuyó desde temprano al afianzamiento del principio liberal en nuestro país, al propio tiempo que llevaba