serva, no obstante, agregados los rayos grandiosos de la hermosa cabeza, habiéndose librado de la colocación de ojos de cristal, como vulgarmente acaecía al convertir las imágenes en esculturas barrocas.
El último americanista español, Ximeno, que cruzó estas tierras, comenta que el pequeño barco y las coronas de la Virgen y el Niño obra fueron de plateros sevillanos en la primera plata que allí llegara de la región donde su más constante devoto levantó población con su nombre.
En forma semejante, en cuanto á lo que dió nombre á esta ciudad, refiere nuestro erudito historiador López y el infatigable investigador señor Madero. Pero de cualquier modo, que no puede exigirse á este vivo eco del pasado que se llama tradición, como á la Musa severa de la Historia, documento oficial apuntalando cada uno de sus asertos (no por ser oficial menos mentiroso), comprobado queda con más fuerza que cualquiera de sus otras etimologías, que Buenos Aires se llama porque con tal nombre designábase la patrona predilecta de quien la fundó.
Coronada por Pío IX en el quinto centenario de su aparición (1870), cantados sus milagros por el mismo representante de Dios en la tierra, eximio entre los líricos latinos de actualidad, León XIII, lo ha sido en más lenguas que las de Babel, y en árabe y en armenio, y en griego y en guaraní, del Alpes á los Andes, han resonado liras de oro en su alabanza. Su novena celébrase en Cerdeña y en Sevilla, y desde su primitiva ermita en Cagliari hasta la iglesia de Santa María de Buenos Aires, que virtuo-