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TRADICIONES ARGENTINAS

trigales de la Argentina, que acertadamente llamó el viajero D'Amicis vieja puerta de un mundo nuevo.

Al instituirle Zárate su albacea, le recomendaba especialmente saliera en busca de novio para su Leonorcica.... ¡Y qué difíciles eran por aquellos tiempos encargos tales, por los que si bien apresurábanse á cargar con los legados, no siempre velaban por las legadas. De muy diverso modo Garay, honrado como vizcaíno, desde el primer momento salió á cumplir lo que á su lealtad se confiara.

II

Veinte abriles, floreciendo en la más radiante juventud, morena virgen americana, picante como chola, suave y modosita, llevando por dote un mundo, que entonces ni después fué insignificante accesorio, ¡cómo andaría la melonada bebiéndose los vientos por los pedazos de la Juanica! Descendiente de Inca, heredó título de Marquesa del Paraguay, primero de la cadena nobiliaria (corta por demás en el Plata) cuyo último anillo fué el pardo Roque, quien en vísperas de abolirse títulos en la República compró mil pesos de «Don,» quedando desde entonces apodado por el vulgo «Roque Don,» sin que llegara una sola vez á oírse llamar Don Roque.

Llevaba, pues, la hermosa Leonor en su canastilla, entre diversas bagatelas: la mitad de las casas de Chuquisaca, quintas, estancias, ganados y chacras en Charcas, un potosí en el Potosí, minas boyantes, siete mil ducados de renta en España, la gobernación del Plata y el referido marquesado, de extensión, así, así... casi como desde el confín del Perú al fin del mundo, ó de América, que era por entonces el conocido como tal. ¡Si sería rica la niñita esa! A su lado las flamantes archimillonarias neoyorkinas de la República democrática, que sacan la moda de ir á comprarse marido blasonado, aparecen pobrecitas de solemnidad. Hasta el mismísimo virrey del Perú pretendía casar de propia mano su presunta ahijada, para lo que empezó por espantar entre el cardumen de moscardones un su primo, en previsión de ciertas primadas que anticiparse suelen. Pero el que estaba más cerca. Oidor, aunque algo sordo, con oído atento á cuanto rumorcito sobre la precudante susurraba, era D. Juan de Vera y Aragón, quien sin previa licencia á casorio llamóla, entre gallos y media noche, antes que otro gallo le cantara. Si por su bonitura guardar debía la novia bajo fanal, como frágil joya expuesta á quiebras, por los reumas y achacosas navidades de D. Juan, á dos anclas amarrado quedaba, y no pudiendo andar de la Ceca á la Meca, ni confiar á otro su mujercita, traspasó todas las prerrogativas anexas á sus títulos; y al recibir el tío la bendición