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DOCTOR P. OBLIGADO

la rica heredera no comprendía relación entre el amor y el interés, de distinto modo pensaba señor padre. Mas si ejemplo excepcional de amor filial fué el joven Thompson, cinco años de rigores paternales ó suegriles no hicieron mella en aquel corazón templado por el amor á toda prueba. Y como dueñas cuidaban de ella, y el proyecto de suegro sabia á qué atenerse en cuanto al saltaconventos, si bien aquí no había conspiración de vecindad ni aliado dentro de plaza, todo oficio juzgó bueno para llegar á la niña de sus ojos, hasta el de aguatero, bajo cuyo disfraz se introdujo. Así, cuando entró á la niña capricho por tomar baños fríos, aun fuera de estación, con sus dos flacos bueyes barrosos, pipa de aguatero sobre desvencijado castillo del que sonaba campanita colgada del arco, junto á imagen de la Virgen, oía el Sr. de Sánchez á su puerta todos los sábados, pero lo que no veía era el porqué la niña había de ir siempre á ver llenar su banadera. Envidiosa vecina descubrió el ardid de que nuestro futuro capitán del puerto, antes de llegar al de sus amores, por refrescar sentimientos que le incendiaban, oficiaba de gallego aguador.

Fué este un otro de aquellos muchos que hicieron época: «Novio tenemos, convento habemos;» pues que al día siguiente de descubrirse el pastel, y que de estafeta ó correo suplía caneca vacía, de las dos que parecían no acabar nunca de llenar la tina, desde el día siguiente fué conducida la niña María á seguir sus baños en el convento. Tratándose de hija única, de peregrina belleza, de notables dotes intelectuales y heredera universal por añadidura de una de las mayores fortunas, oposición tenaz se levantó á enlace que no satisfacía ambiciones de padre inflexible.

IV

Cinco años sufrió el valiente mozo en el retortero. La novia fué depositada en Catalinas para que le olvidara; y su percundante, alejado del país.

Víctima de sus afecciones, diez años había sufrido la ausencia del amor materno, y otros cinco por la más vehemente pasión, que al fin vio coronada en el de 1805.

El gentil joven se hacía querer de todos por sus nobles maneras, habiéndose atraído la protección de los superiores y hasta la del mismo marqués de Sobremonte, ya virrey, y del comandante general de Marina, Huidobro. Persistiendo en su propósito, no tardó en ser ascendido á alférez de fragata en la Real Armada, nombrado después ayudante y encargado de la Subdelegación de Marina en la capital del virreinato.