— ¿Que no? ¿Y qué he hecho yo, y sin embargo me fusilan? No saben lo malazos que se han puesto ahora con la redota. Cuatro tiritos á mi compadre, bien pegados, sin perjuicio de reservarme otros cuatro para cuando caiga, y la felonía de haber dejado colgado á mi amigo tan generoso, remordimiento que me perseguiría sin poder dormir, llevando la muerte sobre el corazón, por los pocos días que pudiera substraerme á lo inevitable. No, ¡yo no soy felón! Mejor es morir como hombre, que nunca hice asco á la muerte. Vamos, hablemos de otra cosa. No entristezcan el mate, que está muy sabroso, y alcánzame otro verde, mi china.
Luego de repetirles que no se afligieran y consolarles, él, que más consuelo necesitaba, en lugar de llorar, «encomiéndenme á Dios, les dijo, y vamos á rezar juntos á la Virgen y mi Patrona del Carmen.»
Hincados padre, madre é hijos ante la ennegrecida imagen de San Santiago, no le pedía un blanco caballo como sobre el que se le representa, más ligero que el pampero, para salvar de un galope hasta más allá del confín de una tierra, en que se colgaba á sus valientes defensores, sino que se encomendaba al Santo de su pueblo para que salvase su alma pecadora.
Y un poco más tranquilo, después de pedir el auxilio del cielo:
— Se me ocurre una cosa —agregó mirando al Santo, como si de él le viniera la inspiración.— Yo no puedo faltar á mi palabra; pero si mi Dios me protege y no he de morir aún, oye bien lo que te voy á decir, mi hijo. Mañana tempranito, vos, Perico, como más gauchito, te vas en el parejero de mi compadre y le dejas con la rienda alzada lo más cerca que puedas detrás del banquillo, que si Santiago me ayuda, me salvaré. Pero hasta entonces silencio y entereza, que con lágrimas no se saltan malos pasos.
III
Y así refieren los viejos de aquellos tiempos no sabían que admirar más: si la abnegación del amigo, exponiendo espontáneamente su vida en un hilo, ó la palabra empeñada del sentenciado, á la que ni un momento pensó faltar.
Pero este doble ejemplo de nobleza, de abnegación, de amistad, no fué bastante á contagiar en tan generosos sentimientos el empedernido corazón del coronel. Y cuando había impartido la orden de que se llevara adelante el fusilamiento del leal amigo, apareció á todo galope el sentenciado, y desmontando á la puerta del rancho que hacia de capilla, dió un ponchazo al caballo para que enderezara á la querencia, regalándole esa única prenda á su amigo con su último abrazo, y deslizándole tres palabras al oído, se preparó á bien morir.