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desdén hacer referencia algún cronista de otros andurriales, pero nó recordar que él fué santificado con la presencia de la bienaventurada argentina, cuyas obras de caridad, después de cien años, la conmemoran digna de beatificación. Comprobando que de esa parroquia, de Buenos Aires, de la República toda, ha traspasado sus fronteras, la fama de su excelsa virtud, al salir del nuevo edificio en ensanche, encontramos la beata portera, traduciendo del inglés páginas impresas en Londres, que ya en Roma y en Francia, en El Estandarte de la mujer fuerte, Juárez, Peramas, Vergara, jesuitas que habían presenciado en Córdoba la vida y milagros de María Antonia de San José, publicaron, antes que se hubiese dado á la estampa la menor biografía de esta santa compatriota.

¡Bien platicaba el virtuoso canónigo doctor don Víctor Silva, que tratándose de cosas dentro de casa, ni las más santas nos preocupan! ¡Hasta hoy en el olvido, que es una segunda muerte, el paso de tan meritísima benefactora, por calles donde alumbran aún resplandores de su hermosa alma, tan llena de abnegación!


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N. B. — Impresa esta tradición, nos llega noticia de Roma, (por el señor Ministro Argentino ante la Santa Sede) haberse aprobado el expediente de beatificación de María Antonia de la Paz y Figueroa, presentada por nuestro Prelado.