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Clubs, que á desalojar han llegado contertulianos de confianza del mate, noche á noche al calor de la estufa, sin que el humo del cigarro separara todavía, del comedor á la sala, niñas y mozos, ancianos y pisaverdes de cabezas canas. Pasado habían aquellas largas noches de invierno lluvioso en que el negrito del farol precedía alumbrando al atravesar bocacalles, oscuras como boca de lobo, saltando sobre albañales y malos pasos, que por entonces lo eran todos, aunque únicamente llegaran al Café de Marcos, anterior al de don Ramón y el de Catalanes.

Luego de la introducción de clubs (de los cuales el de Residentes Extranjeros es decano) entre el Café del Plata y el de Colón, fué el Café de la Amistad de mayor concurrencia en las primeras horas matinales y en las últimas de la tarde. En parte alguna servíase mejor café con leche, ni tostada más tostada. ¿Qué estudiante no hizo rata por un par de ellas? ¿A qué marino no se le iban los ojos y el olfato tras humeante taza gruesa, como antigua jicara de aromado soconusco?

No en valde letrero tan atrayente! Sin los inmensos cristales que reflejan cientos de luces eléctricas en sus congéneres de la Avenida de Mayo, si no se vendía allí amistad á son de música, al calor del café y la amistad compenetráronse muchas almas en armonía. Concurrentes conocimos