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vivía Rozas, sino bueno y sano se encontraba á poca distancia de su campamento.

Como la desgracia le había hecho desconfiado poco creía en promesa de indios; pedía mayores pruebas, algo como una muestrita que le dejaran ver, de lejos siquiera, la punta de la nariz de tan deseado cautivo.

En estos parlamentos, chasques y mensajes se estaban, cuando un buen día se le presentó de cuerpo entero y tan entero de alma como de cuerpo, el mismo Rozas; tan llorado compañero...


IV

Abrazándose entre lágrimas, pasados los primeros momentos de efusión, dijo Gómez:

— Y bien, hermano: ¿qué debemos hacer para que tu visita en mi campamento pase de tal, reteniéndote por siempre?

— Lo primero, empezar por retirarse. Enviar el parlamento pedido, que yo dejo el terreno preparado en el ánimo de los Caciques, haciéndoles ver cómo siempre les fué mejor vivir en paz con los cristianos.

— Pero empecemos por el principio, y puesto que estás entre nosotros, quédate.

— ¡Imposible! He dado mi palabra, y me