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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/135

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Ricardo Palma

uña de caballo, sin que después se volviera á tener noticia de su individuo y paradero.

Á las volandas organizóso el sumario, y el guapo D. Antonio Arnao remitió á Lima con doble escolta, cargado de hierros y sobre mula aparejada, á todo un linajudo marqués.....

La aristocracia echó ternos. «Un corregidor de mala muerte tratar con tan poco miramiento á un hombre de pergaminos!.. ¡Ya todos somos unos, no hay privilegios ni cosa que merezca respeto...» Pero más que la nobleza se indignaron las limeñas contra la perversa autoridad que había tenido la desvergüenza de poner barra de grillos al varón más buen mozo y galanteador de estos reinos del Perú.

¡Dios de Dios! ¡Y qué falta nos hace en esta era republicana una docena de autoridades fundidas en el molle del corregidor de Ica!

Tan grande fué el trajín de faldas y veneras que, después de año y medio de juicio, la Audiencia estuvo á punto de declarar libre de culpa y pena al marqués, destituir á Arnao, que desempeñaba el cargo con nombramiento real, y pudrirlo en la cárcel.

Afortunadamente para éste, el mismo día en que iba á formularse el fallo llegó el cajón de España y con él un pliego, entre otros de su majestad, ordenando se enviase el proceso á la corona.

El astuto Arnao había tenido la provisión de mandar sigilosamente á Madrid uno do sus deudos con copia del sumario y cartas, en las que exhibía al marqués como rebelde á la justicia del rey.

Causa de rebeldía—dijo Carlos IIL—¡Oreja, y vengan acá los autos: Proceso enviado á España era la vida perdurable, era algo así como en nuestros asendereados tiempos un encierro precautorio (de que Dios nos libre, amén) en San Francisco de Paula.

Melancolizósele el ánimo al marqués, al saber que tenía que esperar como las ánimas del purgatorio el día de la redención, y desesperó de esperar y murió en chirona. Ilizo bien y requetebien; le alabo el gusto, porque yo en su caso habría también liado el petate.

La causa volvió sentenciada, siete años después de su muerte: y lo que es peor, con una de aquellas sentencias que son nada entre dos platos.

TOMO