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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/162

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Tradiciones peruanas

so que aconteció en Lima á fines de 1808; es decir, cuando apenas tenía Abascal año y medio de ejercicio en el mando.

Regidor de primera nominación, en el Cabildo de esta ciudad de los reyes, era el señor de..... de que, no estampo el nombre por miedo de verme enfrascado en otro litigio pati—gallinesco..... Llamémoslo H......

Su soñoría el regidor H.... era de la raza de las cebollas. Tenía la cabeza blanca y el resto verde; esto es, que á pesar de sus canas y achaques, todavía galleaba y se le alegraba el ojo con las tataranietas de Adán. Hacía vida de solterón, tratábase á cuerpo de príncipe, que su hacienda era pingüe, y su casa y persona estaban confiadas al cuidado de una ama de llaves y de una legión de esclavos.

Una mañana, cuando apuraba el Sr. de H..... la jícara del sabroso chocolate del Cuzco con canela y vainilla, presentósele un pobre diablo, vendedor de alhajas, con una cajita que contenía un alfiler, un par de arracadas y tres anillos de brillantes. Rocordó el sujeto que la Pascua se aproximaba y que para entonces tenía compromiso de obsequiar esa fruslería á una chica que lo traía engatusado. Duro más, duro menos, cerró trato por doscientas onzas de oro, guardó la cajita y despidió al mercader con estas palabras: —Bien, mi amigo, vuelvase usted dentro de ocho días por su plata.

Llegó el día del plazo, y tras este otro y otro, y el acreedor no lograba hablar con su deudor; unas veces porque el señor había salido, otras porque estaba con visitas de gente de copete, y al fin porque el negro portero no quiso dejarlo pasar del zaguán. Abordólo al cabo una tarde en la puerta del Cabildo, y á presencia de varios de sus colegas le dijo: —Dispenseme su señoría si no pudiendo encontrarlo en su casa me le hago presente en este sitio, que los pobres tenemos que ser importunos.

—¿Y qué quiere el buen hombre? ¿Una limosna? Tome, hermano, y vaya con Dios.

Y el Sr. de H... sacó del bolsillo una peseta.

—¿Qué es eso de limosna?—contestó indignado el acree lor.—Págueme usía las doscientas onzas que me debe.

—¡Habráse visto desvergüenza de pícaro—gritó el regidor.—Á ver, alguacil. Agárreme ustod á este hombre y métalo en la cárcel, Y no hubo remedio. El infeliz protestó; pero como las protestas del débil contra el fuerte son agua de malvas, con protesta y todo fué nuestro hombre por veinticuatro horas á chirona por desacato á la caracterizada persona de un municipal ó municipillo.

Cuando lo pusieron en libertad anduvo el pobrete con su queja de Caifás á Pilatos; pero como no presentaba testigos ni documentos, lo calificó el uno de loco y el otro de bribón.