que no se atrevían á salir fuera de murallas sin previo acto de contrición, ya que no oleados y sacramentados.
Un sábado de esos, con poncho de balandrán sobre la sotana y un jipijapa en la cabeza, iba nuestro padre Abregú camino del Barranco, cuando de una encrucijada, fronteriza á Miraflores, salieron doce jinetes armados hasta los dientes, y rodearon al viajero, que montaba un bonito caballo.
—¡Pie á tierra! — le gritó el capitán de aquellos zafios, apuntándole con un trabuco naranjero; y sin esperar nueva intimación, apeóse el clérigo.
—Diga usted ¡Viva Orbegoso!
¡Que viva! balbuceó el padre y que sea por muchos años.
—¡Bien! Ahora que lo registren.
En un santiamén dos ágiles y prácticas manos le sacaron del bolsillo tres pesos en moneda menuda y un relojillo de plata.
—Hombre, estoy por fusilarlo á usted!—dijo el jefe de la cuadrilla al ver lo exiguo del botín.—Es mucha desvergüenza salir de paseo y no traer encima inás que esa miseria.
—Señores, yo soy sacerdote, y un pobre capellán no es un potentado.
—;Hombre, había usted sido pájaro de cuenta; pero conmigo no vale tener letra menuda! Á ver, muchachos, tráiganlo al monte para formarle consejo de guerra.
El capitán de la cuadrilla era un español que había servido en la división de Monet, en la batalla de Ayacucho, y á quien sus compañeros conocían con el apodo del Filosofo (grave y no esdrújulo).
Más muerto que vivo siguió el padre Abregú á los bandidos, que á una señal de su jefe se sentaron formando círculo y poniendo en el centro al prisionero.
—Dígame usted, padre, la vordad purita, porque le va el pellejo si me einbauca. ¿Estará Dios en la Hostia que consume un fraile crapuloso?
—Hijo, esos son puntos teológicos que.....
—Nada....! Conteste usted sin circunloquios. ¿Baja Dios ó no baja?
—Yo te diré, hijo, que puede ser que lo haga con un poquito de repugnancia; pero, lo que es bajar, sí baja; no te quede duda.
Rióse el capitán de montoneros, y dijo: —Vaya, padre, veo que no es usted molondro, y medio que empiezo á reconciliarine con usted. Ahora, veamos lo que hay en la alforja.
Una botellita de vino dulce, otra de aguardiente forrada en suela, medio pernil, algunos panes, un cnarterón de queso y otros comestibles fué todo lo que contenía la alforja, y en pocos minutos dieron cuenta de ello los ladrones.
—El caballo no es malejo, aunque podía ser mejor, y con él me quedo.