Déjase adivinar que á Páez le cayó en gracia la respuesta y que perdonó al prisionero.
También en el ejército realista había un hombre de neque. Era éste el comandante Santalla, del cual refieren que tomaba el librito de las cuarenta hojas, vulgo naipe, lo partía por mitad y decía: «Esto lo hacen muchos. Luego practicaba idéntica operación con las ochenta cartulinas, diciendo: «Esto lo hacen pocos.» Y terminaba rompiendo de golpe los ciento sesenta retazos de baraja, exclamando con aire de triunfo: «;Esto sólo lo hago yo, el comandante Santalla!» Pero en esto de hombres vigorosos, Páez, Santalla y todos los Sansones modernos son niños de teta comparados con mi D. Alonso, sujeto de quien dice un cronista que cuando se le cansaba el caballo se lo echaba al hombro, sin desnudarlo de arneses, y seguía tan fresco su camino.
D. Alonso el Membrudo llamaban los conquistadores al capitán Alonso Díaz, deudo del gobernador de Panamá D. Pedro Arias Dávila.
Vecino del Cuzco cuando estalló la rebelión en favor de Almagro el Mozo, y muy devoto del marqués Pizarro, no quiso D. Alonso abandonar la ciudad, y quedóse oculto en ella conspirando á favor del licenciado Vaca de Castro enviado por el rey para poner coto á las turbulencias del Perú, Al tener noticia de que las tropas reales salían de Guamanga en número de 800 soldados para batir á ios 600 de Almagro, decidió D. Alonso abandonar su escondite y enderezó al campo de Chupas, anheloso de llegar á tiempo para tomar parte en la batalla que se dió el 16 de septiembre de 1542.
Faltábanle pocas leguas para llegar al real de Vaca de Castro, cuando vió venir, jinetes en briosos caballos y á todo correr, á tres soldados que el vencedor enviaba al Cuzco con la noticia del descalabro de los almagristas.
Alonso Díaz detuvo á uno de los emisarios; y éste, al reconocer en él á uno de los leales y de los primeros conquistadores que vinieron á estos reinos con Pizarro, echó pie á tierra exclamando: —Albricias, señor capitán! ¡Viva el rey! ¡Vencido es el tirano!
Tan grande fué el gozo de D. Alonso al saber la fausta nuova, que se echó en brazos del soldado diciéndole: Viva el rey! ¡Aprieta, valiente, aprieta!
Y tan estrecho fué el abrazo y tal la fuerza con que apretó D. Alonso el Membrudo, que el soldado dió un grito y cayó redondo lanzando un torrente de sangre por la boca.
Alonso Díaz, que en los combates de la conquista mnataba, no con la