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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/225

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Ricardo Palma

XXIII

UN MARIDO FEROZ

Funestísima cosa es tener por media naranja complementaria mujer celosa que lo saque á uno de sus casillas haciéndole perder los estribos del juicio y cometer una barbaridad de las gordas. Y para que no digan ustedes que he fulminado un aforisino autoritario, voy en comprobación á contarles algo acaecido en Arequipa por los años de 1835, si bien en cuanto á nombres me veo en el caso de cambiarlos.

Domitila era para Radegundo todo lo que había que ser de celosa, y aquel hogar ardía y andaba dalo á mil lemonios. Valgan verdades, Radegundo no jugaba limpio; pues aunque papel quemado, no olvidaba sus viejas mañas de soltero, y andaba siempre tras las faldas como gato tras el bacalao truchuela y oliscón.

Un día desapareció del cofre de Domitila un precioso anillo de brillantes, y como ella conocía las uvas de su majuelo, no necesitó consultar adivina para saber que el tunante del marido había hecho emigrar la alhaja para regalarla á alguna de sus concurbitaceas, como decía una vieja de mi barrio. Y por causa del maldito anillo se armaba todos los días la tremenda en el matrimonio, y él zurraba á ella la badana, y ella le convertía á él la cara en mapamundi á fuerza de araños.

Una noche en que Radegundo se recogió, como de costumbre, con la cabeza no muy firme al domicilio conyugal, asaltólo furiosa su costillacon la acusación de que ya sabía en manos de cuya persona estaba su anillo, y que iba á hacer y á tornar, y que traca y que barraca, y qué sé yo. El marido, que era de los que dicen primero muerto que confeso, negó hasta la pared del frente; pero tuvo que arriar bandera cuando Domitila le dijo: —Yo lo he visto en mano de la Carmela.

—¿Con qué ojos, mujer?

—Con estos que Dios me dió y que no tienen cataratas.

—Pues te juro que con esos ojos no volverás á ver.

Y el malvado cumplió aquella misma noche su juramento.

Aprovechando del profundo sueño de su mujer, la ató con una cuerda al lecho, y con una cuchilla la sacó los ojos.

La justicia logró al fin apoderarse del delincuente y lo aposentó en la cárcel.