Según el escritor francés, el terrible flagelo conocido por cólera asidtico es obligado compañero en la eterna peregrinación del zapatero de Jerusalén, & quien los pueblos españoles no llaman Ashaverus, sino Juan Espera en Dios, viajero que, ateniéndonos á los cuentos de viejas, recorre el mundo llevando en el bolsillo una moneda romana equivalente á real y medio, capital tan inagotable para el infeliz judío como para nuestros bancos de emisión la fábrica de billetes, á pesar de las incine raciones y demás trampantojos fiduciarios.
Á muchos de los habitantes del Cuzco se les encajó entre ceja y ceja que aquella espantosa cifra de mortalidad no era producida por el tifus, sino por la presencia del huésped que llevaba á cuestas la maldición del Divino Maestro.
Una mañana presentóse en el pueblo de Zurite, á ocho ó diez leguas de la ciudad del Cuzco, un extranjero, ante cuyo aspecto púsose en conmoción el vecindario. Era un hombre pálido, anjuto, apergaminado y de ceja tan espesa que casi parecía una raya negra sobre los ojos. Las señas cran fatales. El hombre era el retrato del Judío tan pintorescamente descrito por Eugenio Süe.
Alborotáronse los vecinos de Zurite y el viajero fué á la cárcel, mientras sumariamente se resolvía lo que con él sería oportuno hacer.
En vano el infeliz dijo que era español, que se llamaba Francisco Anselmo de Mendoza, que había estado en Jauja convaleciendo de una afección pulmonar y que, restablecido ya, no quería abandonar la sierra sin visitar antes los monumentos de la imperial ciudad de los incas.
—¿A nosotros con esas?—dijeron los de Zurite.—No somos tan bobos!
Maldita la falta que nos hacía su visita. Ya quedará usted escarmentado, compadre, y pagará por junto las que ha hecho en el mundo.
Y tanto por castigar al que fué despiadado para con Cristo en el camino al Golgota, cuanto por vengarse del que creian portador de la peste, encendieron una hoguera en la plaza y achicharraron en ella al desventurado chápiro. Con esto los de Zurite creyeron haberse conquistado la gratitud del universo—mundo.
En seguida repicaron campanas, quemaron cohetes, se entregaron á grandes festejos y el gobernador ó alcalde pasó oficio á la autoridad, en el cual los de Zurite felicitaban al departamento porque, gracias á la energía de tan cristianos vecinos, la peste iba á desaparecer.
Y en efecto. ¡Vean ustedes lo que hace la casualidad!
Desde que los de Zurite quemaron al Judio Errante no volvió á ocurrir en el departamento un solo caso de peste.