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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/277

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Ricardo Palma

tiranos de la Roma pagana, hay que admirar en él su abnegación y lealtad por el amigo y la energía de su espíritu. Celoso de la disciplina de sus soldados y entendido y valiente capitán, la victoria fué para él sumisa cortesana. Sagaz y experimentado político, es seguro que á haber seguido sus consejos é inspiraciones, en vez de finar en el cadalso, otro gallo le habría cantado al muy magnífico Sr. D. Gonzalo Pizarro.

Presentáronle una tarde á Carbajal cuatro soldados españoles, de los que seguían la bandera del virrey, y que acababan do caer prisioneros en una escaramuza habida cerca de Ayabaca. Después de brave interrogatorio á cada uno de ellos, D. Francisco, cuya gordura picaba en obesidad, se cruzaba las manos sobre el abultado abdomen y concluía con esta horripilante frase: —Hermanito, póngase bien con Dios, ya que conmigo no hay forma de composición.

Quedaba el último de los prisioneros, que era un mancebo de veinte años. Por supuesto, que el pobrete, viendo que iban á pelarles las barbas á sus tres compañeros, ponía la suya en remojo.

—¿Cómo te llamas, buena alhaja?—le interrogó Carbajal.

—Lope Betanzos, para servir á su sofioria—contestó el soldado.

—Betanzos! Apellido es de buena cepa. ¿Y de qué tierra de España?

—Do Vitigudino, en Castilla.

—Pues sábete, arrapiezo, que el señor tu padre fué el mayor amigo que en mis mocedades tuve, y que algunas bromas corrimos juntos en tiempo del Condestable. El ser hijo de quien eres váleto más que el ser devoto de algún santo para que el pescuezo no to huela á cáñamo.

Y volviéndose á uno de los que lo acompañaban, añadió Carbajal: —Alférez Ramiro, numere vuesa merced en su compañía á este mozo, si es que de buen grado se aviene á cambiar de bandera.

El prisionero, que motivo tenía para contarse entre los difuntos, se regocijó como el que vuelve á la vida, y dijo de corrido: —Señor, yo prometo de aquí adelante y juro por mi parte de paraíso servir á vueseñoría y al soñor gobernador y derramar la sangre de mis venas en su guarda y defensa.

—Dios te mantenga en tan honrado propósito, muchacho, y medrarás conmigo; que por venir de quien vienes, te quiero como el padre que te engendró.

Y lo despidió dándole una palmadita en la mejilla, con no poco asombro de los presentes, que jamás habían visto al Demonio de los Ander tan afectuoso con el prójimo.

Pero condenada estrella alumbraba á Lope Betanzos; porque alentado