IX
UN HOMBRE INMORTAL
Juan Morales de Abad, natural do Cuenca, en España, era por los años de 1546 uno de los ciento cincuenta valientes de la Entrada. Y tan orgullosos (y con justicia) estaban del mote, que lo añadieron, como título de honor, á su apellido, y así firmaban Diego Pérez de la Entrada, Pedro Ló pez de la Entrada, etc.
Vencidos por Francisco Carbajal en Pocona, presentúse el terrible caudillo en la tienda donde estaban heridos nueve de los soldados de la Entrada y les dijo: —Arreglen vuesas mercedes sus cuentas con la conciencia, que el herido, después de sano, habrá de serme enemigo mayor. Usarcedes, los de la Entrudo, gente sois de mucho brío y de grandes humos, y debo andarme con tiento.
Aquellos heroicos soldados no desmintieron su reputación, y sin humillarse ni exhalar una queja iban entregando el cuello al verdugo.
Tocule el turno al último de ellos, que era Juan Morales do Abad, el cual tenía la pierna derecha atravesada por una pelota de arcabuz. Fucse que su coraje hubiera desinayado al ver ajusticiados á sus ocho compañeros, ó que de suyo fuera mandria, enderezose como Dios le ayudó, y dijo: —Sr. D. Francisco, conmigo no reza el bando, que yo estoy sano, y apenas si tengo un rasguño que se cura con agua de la fuente.
Sr. Morales—le contestó Carbajal,—juro cierto que vuesa mereed está malberido, y así no puede dejar de morir.
—Protesto, Sr. D. Francisco, —Pues, hermano de mi alma, la mejor protesta es que pruebe á andar, que por salvo le doy si do la puerta pasa.
Intentó el sentenciado dar un paso, y cayó exánime de dolor.
—Ahora que estáis convencido, Sr. Morales—continuó Carbajal,concluyamos, y que Cantillana haga su oficio, Farece que Juan Morales de la Entrada tenía gran apego á la vida, porque intentó ganar siquiera tiempo con esta súplica: —Pues ya que ello ha de ser, concédame vuesa morced la gracia de que venga el palre Lucas á confesarme.
—Vallente descuido! ¿Segnís al traidor de Lope de Mendoza y no andabais confesado? Pues así habéis de ir, que no soy yo remediador de desquidos.