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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/335

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Ricardo Palma

traida de Europa por un platero genovés. Para el pueblo y para la comunidad todo pasó como obsequio de un devoto.

En cuanto al sombrero, entiendo que volvió á su primitivo dueño en calidad de agasajo ó reliquia dada por los frailes.

II

Haco dos siglos que una pobre mujer se encontraba ante el alcalde del crimen en graves apuros, pues su soñoria, después de tomarla declaración, dijo á los alguaciles que la llevasen á la cárcel de corte interin la reclamaba, como no podía dejar de suceder, la Santa Inquisición.

La infeliz, amenazada de haberselas con el terrible Tribunal de la Fe, que acaso la mandaría achicharrar en la hoguera, tenía por cabeza de proceso la acusación, ¡ahí es nada!, de robo sacrilego.

Habíase encontrado en poder de ella un chapincito de oro, esmaltado de piedras preciosas, perteneciente al Niño que en los brazos lleva la Virgen del Rosario. Ya ven ustedes que la cosa no podía ser más grave.

La mujer declaraba que habiéndose arrodillado ante el altar y pedido á la Santísima Virgen que aliviase su miseria (pues era viuda con un celemin de hijos y sin fuerzas para trabajar en la costura, que no le cundía por estar medio tísica), compadecido el Niño extendió el piececito y dejó caer el chapin.

El juez la llamó embustera y algo más; pero la mujer sostuvo con energia que no podía ser castiguda sin que previamente declarasen la Virgen y el Niño.

La justicia no dosoyó tan legítima exigencia. Tenía por lo menos que lienar la fórmula. Sin embargo, la acusada fué por esa noche á dormir en chirona.

Al siguiente día, á las once de la mañana, los alguaciles la condujeron á Santo Domingo, en cuyo templo la estaban esperando el juez, el escribano y dos ó tres padres graves del convento.

Empezó el alcalde por interrogar á la Virgen si era verdad lo que aquella mujer declaraba. La Virgen so mantuvo seria como si la cosa no fuera con ella.

—Ya lo ves, mentirosa!—dijo el juez dirigiéndose á la encausada.

—Pregunte usía al Niño, señor juez, pregúntele usta. Tal vez me hizo el obsequio sin pelir permiso á su Santa Madre, y por eso no habrá contestado ella.

El juez, sin disimular una sonrisa de incredulidad, formuló la pregunta, y no había aún terminado de hacerla, cuando el bellisituo Niño movió el pie y dejó caer el otro chapineito.