estaba, cuando se le atravesó en la empresa un argentino, traficante en mulas, hombre burdo, pero muy provisto de monedas.
Llegó el cumpleaños de Nieves Frías, que era bonita como una pascual de flores, y como era consiguiente hubo bodorrio en la casa y zamacueca borrascosa.
Habíanse ya trasegado á los estómagos muchas botellas del buscapleitos, cuando antojósele á la vieja, que viejas son pedigüeñas, pedir que brindase el padre Chuecas.
—Eso es, que diga algo fray Mateo—exclamaron en coro las muchachas, que gustan siempre de oir palabritas de alinibar.
—deurrucutá manteca!—añadió haciendo piruetas un mocito de la hebra. Y que brindo con pie forzado.
—¡Sí!; Si! ¡Que brinde! ¡Que le den el pie!—gritaron hombres y mujeres.
El padre Chuecas, sin hacerse de rogar, se sirvió una copa y pidió el pie forzado. La madre de la niña, que por aquello de dádivas quebrantan peñas, favorecía las pretensiones del ricachón argentino, dijo: —Padre, tome este pie: Córdoba del Tucumán.
El franciscano se paró delante de la Dulcinea y dijo con clara entonación: Brindo, preciosa doncella, porque en tus pómulos rojos, jamás contemplen mis ojosde las lágrimas la huella.
Brindo, eu tin, porque tu estrella que atrae como el imán á tanto y tanto galán que se embelelesa en tu cara, nunca brille alegre para Córdoba del Tucumán.» Un aplauso estrepitoso acogió la bien repiqueteada décima, y el satirizado pretendiente, aunque tragando saliva, tuvo que sonreir y dar un ¡bravo! al improvisador. Llególe turno de brindar, y quiso también echarla de poeta ó payador gaucho con esta redondilla ó quisicosa sin rima ni medida, pero de muy explícito concepto: «Brindo por el bien que adoro, y para que sepan todos que el amor se hizo para los hombres, y para los frailes se hizo el coro.» Ello no era verso, ni con mucho, pero era una banderilla de fuego so-