jifo. Los condes de la Vega usaban en su escudo esta divisa: Se ha de vivir de tal suerle, que vida quede en la muerte.
A pesar de sus monárquicas tradiciones de familia y de lucir la llave de oro con que en los días de besamanos se presentara en el palacio de O'Higgins, Avilés y Abascal; á pesar de sus blasones heráldicos y de que su nobleza era tan aquilatada que, según un rey de armas, venía por linea recta, como los Lastra de Chile, nada menos que de uno de los tres reyes magos de Oriente que rindieron tributo y vasallaje al Divino Niño nacido en el humilde establo de Belén; á pesar de tantos y tan empingorotados pesares, el señor conde no fué ningún liberalito de agua tibia, sino un patriota de camisa limpia y á quien costó no poco la independencia del Perú.
Cuando, entre nosotros, apenas si se pensaba en tener patria, el conde de la Vega del Ren era el centro de una vasta conjuración. Rico hasta dejarlo de sobra, pues en él se habían reunido las fortunas de cinco casas solariegas, intentó en 1814 dar á España el golpe de gracia. Contaba para conseguirlo con la popularidad y prestigio inherentes á su cargo de capitán de milicias del Número, que así se llamaba un precioso batallón, compuesto de ochocientos artesanos, criollos todos, y por consiguiente aficionados al barullo. Las milicias del Número, que eran, como decimos hoy, cuerpos de cachimbos ó de nickels, si usted gusta, y el regimiento real «Fijo de Lima,» que más tarde cambió de nombre por el de Infante D. Carlos,»de línea, disponían de la simpatía popular. Compruébalo el hecho de que en las noches de retreta la turba favorecía con una silbatina mayúscula á los músicos del lujoso batallón Concordia, cuerpo que, teniendo por pri mer jefe al virrey, poseía excelente instrumental y palmoteaba furiosamente á los malos pifanos, ramplones cornetas, peores pistones y detestables tambores de milicias.
Los conciliabulos se sucedían en casa del conde y la conjuración iba viento en popa. Pero el diablo hizo que de repente llegara de la península el navío sia con su cargamento de bandidos ó de talaberas, y que alebronado algún conspirador fuera con la denuncia al mismísimo Abascal.
Además de la denuncia que hizo el torero Esteban Corujo, el beletmita fray Joaquín de la Trinidad, el padre Echeverría, prior de San Agustín, el canónigo Arias y el franciscano Galagarza revelaron al virrey que, bajo secreto de confesión, una mujer les habia descubierto el complot revolucionario, facultándolos para dar aviso á su excelencia. La conspiración debía estallar en el Callao el 28 de octubre á la hora en que la procesión del Señor del Mar estuviese dentro de la fortaleza del Real Felipe.
Contábase con sorprender la guardia en los diversos enarteles y apolerarse de la persona del virrey, tarea facilísima si se atiende á que todos