que la tradición cuenta sobre las bellísimas columnas de granito que adornan la fachada del templo de Lima. Y aténgome á la tradición, porque lus frailes mercenarios han tenido la desdicha ó incuria, que da lo mismo, de no poscer, como los otros conventos del Perú, cronistas que historiasen los principales sucesos de su orden.
En el diminuto archivo del convento, apenas si se encuentra la Vida lel Padre Urracu, muerto en olor de santidad, y el sucinto libro del obispo Salmerón, titulado Recuerdos de los conventos de la Merced, en que sostiene que un año antes de fundarse la ciudad de Lima se había ya procedido á la de los claustros de esta orden. En cuanto á la crónica del padre Alonso Remón, que según entiendo, pues me ha sido imposible encontrarla, se ocupa en el segundo tomo del convento de esta ciudad de los reyes, diré que los religiosos actuales ni de oídas conocen la obra. Entiendo también que en la biblioteca de la Academia de la Historia en Madrid debe existir un manuscrito del jesuíta Bernabé Cobo, titulado Fundución de Lima, en el que hay consignadas minuciosidades muy curiosas sobre nuestros templos (1).
Sin embargo de no poder apoyar esta tradición en autoridad alguna, diré ateniéndome al relato popular que el conquistador Francisco de Herrera, allá por los años de 1550, escribió á Europa pidiendo le remitiesen columnas de granito para adornar con ellas el patio de su casa en la calle de la Encarnación. La casa era una en la que sobre el arco del zaguán se veía hasta hace treinta años este mote en letras de relieve: Sancta Maria, ora pro nobis.
Llegado el buque al Callao, procedióse á desembarcar las pesadísimas columnas; pero fuese que hubo para la delicada operación poca inteligencia de parte del naviero, ó lo más probable, que las cabrias y demás aparatos no fuesen apropiados para levantar tamañas moles, ello es que varias de las columnas cayeron al mar, y el dueño se resignó á perderlas, hacinando las que le eran inútiles en el transpatio de su casa.
Comendador de la Merced era por entonces el padre Juan de Vargas, quien, acercándose al acaudalado conquistador, que era además uno de los benefactores del convento, le dijo: —Vengo á pretender de vuesa merced, cuya religiosidad y desprendimiento conozco, que me haga donación de las columnas para adornar con ellas el frontis de mi iglesia.
—Cuente con las columnas su reverencia; mas si espera sacar las que faltan del fondo del mar, dígole que habrá hecho un pan como unas bostias.
(1) Recientemente se ha impreso en Lima el libro del padre Cobo.
TOMO
III