Una tarde, jueves por más señas, presentúse en la puerta del zapatero una tapada de saya y manto que, á sospechar por el único ojo descubiertolo regordete del brazo, las protuberancias de oriente y occidente, el velamen y el patiteo, debía ser una limeña de rechupete y paliilo.
—Maestro le dijo,—tenga usted buenas tardes.
—Así se las de Dios, señorita—contestó Halicarnaso inclinándose hasta dar á su cuerpo la forma de acento circunflejo.
—Maestro—continuó la tapada,—tengo que hablar con un cónsul que vendrá luego. Tome usted cuatro pesos para cigarros y déjome entrar en la trastienda, Halicarnaso, que hacía mucho tiempo no veía cuatro pesos juntos, rechazó indignado las monedas, y contestó: —Niña Niña! ¿Por quién me ha tomado usted? Vaya un atrevimiento: Para tercerías busque á Margarita la Guta, ó á Ignacia la Perjuicio. ¡Pues no faltaba más!
—No se incomode usted, maestrito. ;Jesús y qué genio tan cascarrabias había usted tenidol—insistió la muchacha sin desconcertarse.—Como yo lo creía á usted amigo de D. Antonio, por eso me atreví á pedirle este servicio.
—Si, señorita. Amigo y muy amigo soy de ese caballerito.
—Pues lo disitaula usted mucho, cuando se niega á que tenga con él una entrevista en la trastienda.
—Con mi lesna y mi persona soy amigo del colegial y de usted, soñorita. Zapatero soy, y no conde de flea ni marqués de Huete. Ocúpeme usted en cosas de mi profesión, y verá que la sirvo al pespunte y sin andarme con tiquis miquis.
—Pues, maestro, zúrzame ese zapato.
Y en un abrir y cerrar de ojos, la espiritual tapada rompió con la uña la costura de un remonono zapatico de raso blanco.
Como no era posible que Halicarnaso la dejase pisando el santo suelo, sin más resguardo que la media de borloncillo, tuvo que darla paso libre á la trastien la.
Por supuesto que el galán se apareció con más oportunidad que fraile llamado á refectorio.
El zapatero se puso inmediatamente á la obra, que le dió tarea para una horita.
Mientras palomo y paloma disertaban probablemente sobre si la luna tenía cuernos y demás temas le que, por lo general, suelen ocuparse a sulas los enamorados, el buen Halicarnaso decía, entro puntada y pontada: —En ocupándome en cosas de mi arte... nada tongo que ope
TOMO
III