—¿Sabes que tus compañeros murmuran que yo soy un estafermo y tú mi D. Preciso?
—Déjelos su señoría, que con quemarles la boca se acabarán las murmuraciones contestó Padilla.
—Santo remedio, hijo. Age liberrime, repuso el obispo y no volvió á ocuparse de hablillas y chismografía de subalternos.
Entretanto, los dos canónigos no se mordían la lengua y continuaban desollando vivos á Rangel y á su secretario.
Una mañana en que debía celebrarse fiesta solemne en la iglesia, dijole Padilla al obispo: —Ilustrísimo señor, esos bellacos siguen por camino torcido, y de hoy no pasa sin que, con la venia de su señoría, les queme la boca.
—Age liberrime—murmuró el Sr. Rangel En la misa y cuando llegó el momento de dar la paz, el canónigo secretario sacó de la sacristía una crucecita de plata y acercóse con ella á sus enemigos. Ambos canónigos estamparon el úsculo en la cruz y á la vez dieron un brinco como si les hubiera mordido viborezno.
La crucecita había sido puesta al fuego por el sacristán.
«Santo remedio,» como decía el Sr. Rangel. Desde el día en que el secretario les quemó la boca, se acabaron las murmuraciones de los canónigos.
Proclamada la independencia del Perú, el Sr. Sánchez Rangel, que era godo de los de tuerca y tornillo, predicó mirabilia contra los picaros y herejes insurgentes, excomulgándolos á roso y belloso y poniendo en entredicho á los jóvenes que se declarasen en favor de los corrompidos viejos de Susana, que era el mote con que su señoría había bautizado á los caudillos de la revolución.
Tenemos á la vista una pastoral del Sr. Rangel que termina con estos conceptos: A cualquiera de nuestros súbditos que jurase la escandalosa independencia, lo declaramos excomulgado vitando, y mandamos que sea puesto en tablilla, y si fuere eclesiástico lo declaramos suspenso, lo ponemos en entredicho local y personal y mandamos consumir las especies sacramentales y cerrar la iglesia hasta que se retractare y jure de nuevo ser ficl al rey. Y si alguno de vuestros hijos oyere misa de sacerdote insurgente ó recibiere sacramentos, lo declaramos también excomulgalo vitando, por cismático ó cooperador del cisma politico y religioso.» Paréceme que esto era hablar gordo.
Pero como cada día las cosas iban poniéndose nás turbias para los partidarios del rey, decidiuse el señor obispo á liar los lirtulos y volver á España, no sin que su secretario se opusiese al viaje, diciéndole: