la casa del Cabildo en cuartel y dirigió á los tarapaqueños una proclamita notable por la cortedad, pues toda ella so reducía á esta originalísima frase: Los bolivianos traemos en una mano la paz y en la otra el olivo. Por lo visto su señoría no era hombre fuerte en antítesis ni me táforas, salvo que se nos diga lo que en la Biblia para aclarar los concep tos obscuros: y en esto hay sentido que tiene sabidurís, explicación con la que se queda uno tan en tinieblas como antes.
En seguida dirigió otro oficio á La—Fuente, que á revienta—caballo se había encaminado á Iquique, oficio que con otros comprobantes de este relato histórico encontramos impreso en El Peruano, periódico oficial de Lima correspondiente al 22 de enero de 1842.
Decía así el coronel: «Seguramente está usted creyendo que soy un recluta ignorante de mis deberes, pues me dice en su nota que el oficial Ortiz no fué con las formalidades correspondientes á un parlamentario.
Dígame usted, señor mío, ¿qué ejército tiene ó qué batalla va á presontarme para exigirme formalidades? Si en contestación á ésta no me manda usted al teniente Ortiz, yo en represalia enviaré á mi república familias enteras de las más notables que tenga la provincia. Y no le digo á usted más.» Poco y al alma. Esto era hablar crudo, como carne en mesa de inglés y clarito como agun de arroyuelo.
Pero en mala madriguera se había metido el coronel boliviano. ¡En Tarapacá! En la cuna de los mariscales Castilla y La—Fuente!; Precisamente en el único pueblo del Perú que no se asustó con la vitalicia do Bolívar y que tuvo brios para protestar contra ella: ¡Digo, si tendrán colmilloslos tarapaqueños!
¡Y venirles en 1842 con amenazas un coronelito del codo á la mano!En la noche del 2 de enero llegó á Iquique D. Calixto de La Fuente y conferenció con el sargento mayor D. Juan Buendía sobre lo crítico de la situación.
Buendia, soldado audaz y entusiasta, opinó que era preciso combatir para que los bolivianos no se la llevasen tan de bibilis—bóbilia; y tres días después, el 5 de enero, púsose en marcha sobre Tarapacá acompañado do veintidós mozos del pueblo, armados con escopetas, fusiles y lanzas.
La empresa era de locos.
En el trayecto hasta la capital de la provincia se les unieron seis paisanos más, uno de los cuales, llamado Mariano Rios, llevaba por tinica arma una corncta.