muchas monedas; pero que cuando más tarde, provisto de agua y víveres, volvió á aventurarse, le fué imposible encontrar el sitio. Es general creencia entre los naturales que el diablo es guardián de los tesoros ocultos, y que por eso han sido estériles las tentativas de cuantos en diversas épocas han andado por esas pampas buscando lo que otros escondieron.
Continuemos con la tradición.
El dueño de la casa de Gremios llamábase D. Antonio Balseyra Vasconcelos da Cota Pinheyro, natural de Zelorico do Bebado, marido de una doña Nicolasita, limeña, cándida de abarrajarse, y sobre cuyos candores tiene un escritor amigo mío largos apuntos, que yo no pongo en letras de molde por hacerle á él la forzosa de sacarlos á plaza.
No crean ustedes tampoco que el marido fuese muy avisado. Su candidez calzaba puntos mayúsculos, y era de las que reclaman más candelillas que el retablo de las ánimas.
La familia Balseyra era, en toda la extensión de la palabra, el prototipo de la tontería.
La circunstancia del pasquín, unida á la de que la Inquisición tuviera con ojo al margen todo apellido portugués, hizo que el vecindario se fijara en que los hijos de Antón Balseyras Vasconcelos y doña Nico no se llamaban como los demás muchachos del barrio con nombres manoseados en el calendario, sino algo revesados para esos tiempos, en que no se conocían los Alfredos y Abelardos ni las Deidamias y Eloísas.
El primogénito, que era el mismo pie de Judas, contaba diez años y se llamaba Ezobelión. Á esa edad había ya roto á pedradas la cabeza á varios chicos de la vecindad.
Seguía á éste Noemí, avucastrito de ocho eneros mal contados.
Completaba la familia Melquisedec, trastuelo de cinco años, bizco, patizambo y jorobado; un verdadero diablito.
Cuando D. Antonio estuvo ya aclimatado en las mazmorras del Santo Oficio, empezaron los inquisidores á hurgarle la conciencia, y después de aplicarle un cuarto de rueda, sacaron en limpio que los hijos del portugués no habían sido bautizados por el cura de la parroquia, sino por su mismo padre y á usanza de judíos.
Con la mitad de esto había más que suficiente pretexto para enviar un hombre al quernadero; mas Balseyra dió talcs muestras de compunción, probando hasta la pared del frente que había pecado por tonto y no por judío, que el Santo Oficio, teniendo también en cuenta que la hacienda del reo era pobre bocado, lo sentenció á abjurar de levi y á salir por las calles de Lima en bestia de albarda, con sambenito, coroza, pregonoro y espantamoscas.
Item, llevaron á los muchachos á la capilla de la Inquisición y se les