El Sr. Corne pudo pagar á sus enemigos en la misma moneda, excomulgándolos á su vez; pero su ilustrísima era hombre de talento y, más que todo, varón de ciencia y experiencia.
Impuesta del escándalo la Real Audiencia, reprendió severamente á los frailes por el insolente abuso de lanzar excomunión á un alto dignatario de la Iglesia, pero negó al obispo el derecho de visita en claustros no sujetos al Ordinario.
Como se ve, el Real Acuerdo declaró tablas la partida, lo que amargó tanto á su ilustrísima, que en 1629 y á la edad de sesenta y cinco años pasó á mejor vida.
En el siguiente siglo las mismas clarisas, que tan á pechos tomaron la defensa de los privilegios del provincial franciscano, se encargaron de justificar al Sr. Corne.
Pero esto merece capítulo aparte.
II
El 9 de diciembre de 1786 era el día señalado para que las clarisas de Trujillo procediesen á la elección de superiora, Fray Antonio Muchotrigo, provincial de San Francisco, empleaba toda su influencia para que la madre Casanova ganase capítulo; pero el empeño del reverendo no encontraba eco en la comunidad.
La madre Casanova era aún joven, pues acababa de cumplir treinta años, y escasamente tenía siete años de profesa. Las conventuales viejas mal podían resignarse á ser gobernadas por una muchacha.
Convencido el provincial de que en el escrutinio sería derrotada su protegida, mandó suspender el capítulo y nombró presidenta ó abadesa interina á otra religiosa de su devoción, diciendo que adoptaba esta medida por castigar á ciertas monjas sediciosas que servían de instrumento al espíritu maligno para anarquizar la casa de Dios.
Las aludidas alborotaron el claustro, y poniéndose al frente de ellas la más demagoga, excitó á sus copartidarias con una proclama más quemadora que el petróleo para salir procesionalmente, llevando ella la cruz alta, por las calles de la ciudad, é ir con la querella ante el obispo que, si no me equivoco, era el antecesor del Sr. Carrión y Marfil.
Las revoluciones, como las tortillas, hacerlas sobre caliente ó no hacerlas.
Diez monjas siguieron á la capitana, que tuvo energía para arrancar á la portera el manojo de llaves, y después de abrir la puerta y cancela, emprendieron el vuelo las once palomitas del Señor.
Si aquello alborotó ó no á los trujillanos, discúrranlo mis lectores.