—Y para que no olviden la lección y les quede bien impresa..... ¡juicio!
Y sacando á lucir el San Martín de cinco ramales empezó la azotaina. Los muchachos se escondieron entre la muchedumbre, y D. Bonifacio, entusiasmado en la faena, no ya sólo hizo crujir el látigo sobre los escolares, sino sobre hombres y mujeres del pueblo.
La turba echó á correr sin darse cuenta de lo que pasaba. Unos tunantes gritaron: «¡toro! ¡toro!,» y hubo cierrapuertas general. Un oficioso llegó jadeando á palacio y dió al virrey Abascal aviso de que los insurgentes de Chile estaban en la plaza pidiendo á gritos la cabeza de su excelencia.
Aquella fué una confusión que ni la de Babilonia.
Por fin, salió una compañía del Fijo, que estaba de guardia en el Principal, con bala en boca y ánimo resuelto de hacer trizas á los facciosos insurgentes; pero no encontró más que un hombre descargando furiosos chicotazos sobre los leones de bronce que adornan la soberbia pila de la plaza.
D. Bonifacio fué conducido á San Andrés, que á la sazón servía de hospital de locos, con gran contentamiento de los muchachos, para quienes la locura del dómine no era de reciente sino de antigua data.