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Tradiciones peruanas

A las tres de la tarde, un bote del Peruvian llegó al Callao conduciendo al piloto y sus seis marineros, puestos en libertad por los piratas.

La historia del audaz jefe de esta empresa y el éxito del tesoro que contenía el Peruvian es lo que hoy nos proponemos narrar rápidamente, remitiendo al lector que anhele mayor copia de datos á la obra del capitán Lafond, titulada Voyages dans les Amériques.

Į Por los años do 1817 un joven escocés, de aire bravo y simpático, se presentó á las autoridades de Valparaíso solicitando un puesto en la marina de Chile, y comprobando que había servido como aspirante en la armada real de Inglaterra. Destinado de oficial en uno de los buques, el joven Robertson se distinguió en breve por su pericia en la maniobra y su coraje en los combates. El esforzado Guisse, que mandaba el bergantín Galvarino, pidió á Robertson para su primer teniento.

Era Robertson valiente hasta el heroísmo, de mediana estatura, rojizos cabellos y penetrante mirada. Su carácter fogoso y apasionado lo arrastraba á ser feroz. Por eso, en 1822, cuando al mando de un bergantin chileno tomó prisioneros setenta hombres de la banda realista de Bonavídez, los hizo colgar de las ramas de los árboles.

No es este un artículo á propósito para extendernos en la gloriosa historia de las hazañas navales que Cochrane y Guisse realizaron contra la formidable escuadra española.

En el encuentro de Quilca, entre la Quintanilla y el Congreso, Robertson, que había cambiado la escarapela chilena por la del Perú y que á la sazón tenía el grado de capitán de fragata, fué el segundo comandante dol bergantín que mandaba el valiente Young.

En el famoso sitio del Callao, cuyas fortalezas eran defendidas por el general español Rodil, quien se sostuvo en ellas trece meses y medio después de la batalla de Ayacucho, cupo á Robertson ejecutar muy distinguidas acciones.

Todo le hacía esperar un espléndido porvenir, y acaso habría alcanzado el alto rango de aliniranto si el diablo, en forma de una linda limeña, no se hubiera encargado de perderlo. Dijo bien el que dijo que el amor .cs un envenenamiento del espíritu.