Página:Tradiciones peruanas - Tomo I (1893).pdf/218

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
212
Tradiciones peruanas

puerta, penetraremos, lector, si te place mi compañía, en un recamarín de palacio.

Hallábanse en él el Excmo. Sr. D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla y Mendoza, conde de Chinchón, virrey de estos reinos del Perú por S. M. D. Felipe IV, y su íntimo amigo el marqués de Corpa. Ambos estaban silenciosos y mirando con avidez hacia una puerta de escape, la que al abrirse dió paso á un nuevo personaje.

Era éste un anciano. Vestía calzón de paño negro á media pierna, zapatos de pana con hebillas de piedra, casaca y chaleco de terciopelo, pendiendo de oste último una gruesa cadena de plata con hermosísimos sellos. Si añadimos que gastaba guantes de gamuza, habrá el lector conocido el perfecto tipo de un esculapio de aquella época.

El doctor Juan de Vega, nativo de Cataluña y recién llegado al Perú, en calidad de médico de la casa del virrey, era una de las lumbreras do la ciencia que enseña á matar por medio de un récipe.

—¿Y bien, D. Juan?—le interrogó el virrey más con la mirada que con la palabra.

—Señor, no hay esperanza. Sólo un milagro puede salvar á doña Francisca.

Y D. Juan se retiró con aire compungido.

Este corto diálogo basta para que el lector menos avisado conozca de qué se trata.

El virrey había llegado á Lima en enero de 1639, y dos meses más tarde su bellísima y joven esposa doña Francisca Henríquez de Ribera, á la que había desembarcado en Paita para no exponerla á los azares de un probable combate naval con los piratas. Algún tiempo después se sintió la virreina atacada de esa fiebre periódica que se designa con el nombre de terciana y que era conocida por los incas como endémica en el valle del Rimac.

Sabido es que cuando en 1378 Pachacutec envió un ejército de treinta mil cuzqueños á la conquista de Pachacamac, perdió lo más florido de sus tropas á estragos de la torciana. En los primeros siglos de la dominación europca, los españoles que se avecindaban en Lima pagaban también tributo á esta terrible enfermedad, de la que muchos sanaban sin especílico conocido y á no pocos arrebataba el mal.

La condesa do Chinchón estaba desahuciada. La ciencia, por boca de su oráculo D. Juan de Vega, había fallado.

—Tan joven y tan bella!—decía á su amigo el desconsolado esposo.— ¡Pobre Francisca! ¿Quién te habría dicho que no volverías á ver tu cielo de Castilla ni los cárnenes de Granada? ¡Dios mío!; Un milagro, Señor, un milagro!...