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Tradiciones peruanas

ronse en Lima más de seis mil; pero dícese que consiguieron la revocatoria de la orden de expulsión, mediante un crecido obsequio de dinero que hicieron al marqués. En el juicio de residencia que según costumbre se siguió á D. Pedro de Toledo y Leyva, cuando en 1647 entregó el mando al conde de Salvatierra, figura esta acusación de cohecho. El virrey fué absuelto de ella.

Los enemigos del marqués contaban que cuando más empeñado estaba en perseguir á los judíos portugueses, le anunció un día su mayordomo que tres de ellos estaban en la antesala solicitando audiencia, y que el virrey contestó: «No quiero recibir á esos canallas que crucificaron á Nuestro Señor Jesucristo. El mayordomo le nombró entonces á los solicitantes, que eran de los más acaudalados mercaderes de Lima, y dulcificándose el ánimo de su excelencia, dijo: «¡Ah! Deja entrar á esos pobres diablos. Como hace tanto tiempo que pasó la muerte de Cristo, quién sabe si no son más que exageraciones y calumnias las cosas que se refieren de los judíos!» Con este cuentecillo explican los maldicientes el general rumor de que el virrey había sido comprado por el oro de los portugueses.

Bajo el gobierno del marqués de Mancera quedó concluído el socavón mineral de Huancavelica; y en 1641 se introdujo para desesperación de los litigantes el uso del papel scllado, con lo que el real tesoro alcanzó nuevos provechos.

Una erupción del Pichincha en 1615, que causó grandes estragos en Quito y casi destruyó Riobamba, y un espantoso temblor que en 1647 sepultó más de mil almas en Santiago de Chile, hicieron que los habitantes de Lima, temiendo la cólera celeste, dejasen de pensar en fiestas y devaneos para consagrarse por entero á la vida devota. El sentimiento cristiano se exaltó hasta el fanatismo, y raro era el día en que no cruzara por las calles de Lima una procesión de penitencia. A los soldados se les impuso la obligación de asistir á los sermones del padre Alloza, y en tun luctuosos tiempos vivían en predicamento de santidad y reputados por facedores de milagros el mercedario Urraca, el jesuíta Castillo, el dominico Juan Masías y el agustino Vadillo. A santo por comunidad, para que ninguna tuviese que envidiarse.

Este virrey fué el que en 1645 restauró con gran ceremonia el mármol que infama la memoria del maestre de campo Francisco de Carbajal.

III

Gobernaba la imperial villa de Potosí, como su décimooctavo corregidor, el general D. Juan Vázquez de Acuña, de la orden de Calatrava, cuando á principios de 1642 se le presentó el capitán D. Cristóbal Man.