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Tradiciones peruanas

Lo que soy yo, callaré como un difunto, que no me gusta informar á nadie de vidas ajenas; pero en lo que atañe al decoro de mis campanas no cedo ni el canto de una uña, que no las fundió el herrero para rufia nas y tapadoras de paseos pecaminosos. Si vuecencia no quiere que ellas den voces, facilillo es el remedio. Con no pasar por la plazuela salimos de compromisos.

—Convenido. Y ahora dime: ¿en qué puedo servirte?

Jorge Escoiquiz, que como se ve no era corto de genio, rogó al virrey que intercediese con el prior para volver á ser admitido en el noviciado.

Hubo su excelencia de ofrecérselo, y tres ó cuatro meses después el superior de los agustinianos relevaba al campanero. Y tanto hubo de valerle el encumbrado protector, que en 1660 fray Jorge Escoiquiz celebraba su primera misa, teniendo por padrino de vinajeras nada menos que al virrey hereje.

Según unos, Escoiquiz no pasó de ser un fraile de misa y olla; y según otros, alcanzó á las primeras dignidades de su convento. La verdad quede en su lugar.

Lo que es para mí punto formalmente averiguado es que el virrey, cobrando miedo á la vocinglería de las campanas, no volvió á pasar por la plazuela de San Agustín, cuando le ocurría ir de galanteo á la calle de San Sebastián.

Y aquí hago punto y rubrico, sacando de esta conseja la siguiente moraleja:

que no hay enemigo chico.